Al amparo de las verticales paredes de roca caliza que ofrece la imponente crestería del Anboto, se halla un precioso rincón al que no dudo en acercarme cada vez que siento la necesidad de desconectar de la estresante rutina urbanita.
La vieja Mari, reina de todos los seres mitológicos de ésta nuestra tierra y moradora de las escarpadas rampas rocosas que caen a plomo frente a mí desde la cima del Anboto, a buen seguro vigilará nuestros pasos siempre atenta a la preservación del maravilloso entorno natural en el que nos encontramos.