Tras el breve paso por la ciudad belga de Brujas, tomamos rumbo a la capital de un país desconocido por mí hasta ese momento: Holanda.
A bordo del vehículo que habíamos alquilado en el aeropuerto belga de Charleroi el día anterior, atravesamos la frontera que separa los países de Bélgica y Holanda sin darnos cuenta.
De momento, lo único que nos indicaba que algo había cambiado era el significativo aumento que había sufrido el precio del carburante. Por lo tanto, te aconsejo que si vas en coche, llenes el depósito en Bélgica.
El paisaje, sin embargo, apenas había cambiado. Las extensas llanuras tapizadas de un verde rabioso daban cobijo a vacas, ovejas y miles de aves que se preparaban para su largo periplo migratorio.
Bueno, realmente algo sí había cambiado ya que los típicos molinos holandeses comenzaban a tomar protagonismo para romper la monotonía del paisaje que veníamos viendo desde que tomamos tierra en Charleroi.
En algo más de tres horas llegábamos a nuestro destino, un barrio de Ámsterdam en el distrito de Amsterdam-Noord, llamado
Nieuwendam.