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20 agosto 2020

De Balchik a Pleven. Bolata y Reserva de Baltata.




Cuando nos despertamos, no tenemos claro cual será el recorrido de la jornada pero primero desayunaremos en condiciones.
Tras el desayuno en el hotel, cargamos todo el equipaje en el coche y nos acercamos hasta el cercano puerto para dar una última vuelta de reconocimiento por la ciudad de Balchik.
Mientras paseábamos a orillas del mar tuvimos un inesperado encuentro con el guía ornitológico que nos encontramos en Burgas y con el que mantuvimos una interesante charla hace apenas tres días.




Hablando de cual sería nuestro próximo destino, nos comentó que antes de llegar al Cabo de Kaliakra hay una estrecha carretera a la izquierda que desciende hasta una playita donde se puede ver el buho real y el colimbo ártico. Automáticamente, nuestros planes del día toman otro rumbo al inicialmente trazado.
Tras estar un rato charlando con Rado, volvimos a nuestro coche para desandar nuestros pasos y volver a Kaliakra donde ya estuvimos hace unos días. Tomamos de nuevo rumbo al norte sin alejarnos de las costas del Mar Negro hasta que poco antes de llegar a la punta de Kaliakra encontramos la estrecha carretera de la que nos habló Rado y que desciende zigzagueante hasta llegar a un cañón que da paso a una pequeña playa atrapada entre paredes rocosas de intenso color rojizo.





Esta pequeña cala, desierta en estas fechas, recibe el nombre de Bolata y en algunas cuevas de la zona se han encontrado restos que atestiguan la existencia de asentamientos que se remontan al siglo IV aC.
Se trata de un idílico rincón de la costa búlgara que pudimos disfrutar en total soledad gracias a la fecha de nuestra visita aunque imaginamos que en verano las aglomeraciones y la dificultad de acceder hasta allí en coche, provocarán atascos y bullicios no tan atractivos.
Continuamos bajo la vía Póntica, una de las principales rutas de migración europea de aves y en una zona donde anidan muchas especies aunque durante nuestra visita no vimos gran cosa.
Permanecimos unas horas en la zona tratando de descubrir en sus paredes al imponente buho real o algún colimbo ártico en las agitadas aguas del mar Negro pero la suerte no estuvo de nuestra parte.






Tras este fallido intento, decidimos volver a la zona donde se encuentra la Reserva de Baltata e intentar encontrar el acceso a la misma ya que hace unos día fuimos incapaces de dar con él.
Esta vez tuvimos más exito y dimos con ella. 

Hace unos días nos quedamos en las barreras que dan acceso a un parking pero esta vez decidimos traspasar dichas barreras porque no encontramos ninguna otra carretera que explorar.
Lo que encontramos nos sorprendió bastante. Un conjunto de hoteles y atracciones de todo tipo rodeaban  la Reserva de Baltata que apenas contaba con unos pocos cientos de metros de recorrido.




Una torre de observación a la que subimos para intentar descubrir alguna de las muchas especies de picapinos que puebla esta reserva, es lo único reseñable que encontramos. Unos metros más adelante, el camino sale a una carretera que discurre a pocos metros de la playa y que conecta los numerosos hoteles de playa que inundan el lugar.
Sin duda nos encontramos en otra importante zona de turismo local.
Nuestro paso por Baltata tampoco tuvo el éxito esperado y a pesar de escuchar algún picapinos, fuimos incapaces de avistar ninguno.
Un breve paseo de poco más de una hora por un bosque annegado de agua en el que los troncos secos mostraban el trabajo de los laboriosos picapinos puso fin a nuestra visita.










Decidimos tomar rumbo a Sofía donde queremos dormir mañana pero hoy lo haremos en alguna población que nos pille de camino y así quitarnos un buen tramo de viaje.
Aún no sabemos dónde dormiremos pero como tenemos que echar gasolina, aprovecharemos la parada para comer algo y estudiar el mapa en busca de alguna población no demasiada pequeña que disponga de alojamientos abiertos.
Mientras comemos algo en la gasolinera decidimos que ese lugar será Pleven.

El tiempo empeora bastante y a una lluvia incesante le sigue una niebla que nos ralentiza la marcha bastante y que provoca que nuestra llegada a la ciudad tenga lugar bien entrada la noche. Por el camino he buscado algunos alojamientos y los he marcado en el GPS pero una vez más, cuando deberíamos llegar a dichos hoteles, éstos no aparecen por ningún lado.
Desesperados por la ineficacia del GPS, paramos en una gasolinera para preguntar si conocían esos hoteles y tengo la gran fortuna de que un chico me dice que sabe dónde está y que me lleva hasta la puerta si le seguimos en el coche.
Así lo hacemos y no tardamos en llegar hasta un viejo hotel cuya dueña sólo habla búlgaro pero con la que nos entendemos gracias al infalible idioma de los gestos.
Pagaremos 60 levs por una habitación triple que cubre sobradamente nuestras necesidades.

Tras subir los equipajes a la habitación, bajamos a recepción para preguntar si hay algún sitio cerca para cenar algo. La señora nos saca por otra puerta que da a una calle peatonal y nos indica que al fondo a la derecha hay varios restaurantes.
No tardamos en encontrar un enorme y animado local, llamado
Canape Food # Club, donde cenamos una ensalada de atún, guacamole con langostinos, dos platos de pasta y un bistec. 
Todo ésto más tres postres y una botella de vino nos sale por 110 levs. 
Son casi las 11 y volvemos poco a poco a nuestro hotel.

Ruta de la jornada:



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