25 febrero 2012

TARANGIRE. Una historia de baobabs,elefantes y tse-tse.


El parque Nacional de Tarangire, sitúado al norte de Tanzania, recibe su nombre del río que lo atraviesa de norte a sur. Con sus casi 3000 km2 de extensión, alberga en su territorio gran variedad de fauna y flora.  
Su variado paisaje salpicado de un gran número de baobabs, le confiere una singularidad que no posee ningún otro de los parques del circuito del norte.


Durante la temporada seca, miles de animales provenientes del Lago Manyara y otras áreas cercanas, migrarán hasta este parque en busca de los últimos reductos de agua que aún ofrece su río.
Fue creado en 1970 y está localizado a algo más de 1000 metros de altitud, siendo su parte norte la más visitada debido a que la zona sur está provista de pocas pistas para recorrerla además de quedar frecuentemente inundada en la época de lluvias.



Entre la fauna que se puede observar, destaca el gran número de elefantes que habitan la zona además de búfalos, jirafas, impalas, cebras, duikers, dik-diks, leones y, en menor medida leopardos, guepardos o incluso kudus, orix, antílopes sable y licaones.



Entre sus árboles más característicos, además del llamativo baobab, podemos encontrar ébano, caoba, tamarindos, higueras, acacias y palmeras de sabana.Todas estas especies confieren al parque de una gran variedad paisajística.

En apenas dos horas llegamos a la entrada del parque desde Arusha, lo que nos permitió hacer el primer safari esa misma tarde. Un gran baobab luce a sus puertas, anunciando al que sin duda se trata de uno de los símbolos de este parque.
Dice la leyenda, que en sus orígenes este árbol disponía de bello follaje y abundantes frutos pero presa de su avaricia y egoísmo acabó siendo castigado por los dioses. Orgulloso de su innegable belleza, la exhibía sin rubor hasta el punto de impedir a cualquier criatura que se le acercara, acceder a sus frutos o prestarle cobijo temeroso de que pudieran dañar sus ornamentos. Fue entonces cuando los dioses, desesperados por su vanidoso proceder, lo arrancaron de cuajo para enterrar sus bellas ramas dejando al descubierto solamente sus raíces, que es lo único que hoy en día podemos ver. 

Estamos ya a finales de setiembre y queda patente desde el primer momento, que la escasez de agua presenta evidentes signos de una aridez que nada tiene que ver con el verdor del Masai Mara que acabamos de visitar. 
El contraste entre los dos parques resulta más que evidente.
El amarillo se hace protagonista y únicamente las plantas más resistentes a la sequía, se mantienen con vida.
Algo que no acierto a describir, me recuerda a esa átmosfera salvaje y primitiva que en otra ocasión me inspiró Samburu en Kenya.
Durante nuestro primer safari por Tarangire pudimos ver gran número de ñus, cebras, dik-dik, jirafas, aves y sobre todo, elefantes.




Esos típicos paisajes africanos nos conquistaron de inmediato a todos, antes de salir en dirección al que iba a ser nuestro alojamiento, el Roika Tarangire Camp.
Tras atravesar áridas pistas polvorientas y unos poblados genuinamente africanos, tardamos unos 20 minutos en llegar a un precioso tented camp donde nos esperaban con unas toallitas húmedas para quitarnos el polvo de la cara a la vez que nos ofrecían unos refrescantes zumos para desatascar nuestras resecas gargantas. Era ya de noche y un masai armado con una lanza nos acompañó a nuestras tiendas. No pude evitar que una sonrisa acudiera a mi rostro, cuando por un momento recordé escenas de viajes pasados donde debíamos recorrer en total soledad, los cientos de metros que separaban nuestras tiendas del baño, incluso por la noche.



Cuando llegamos a nuestra tienda no pudimos evitar un gesto de sorpresa; aquello era mucho más de lo que esperábamos. Tras asearnos y relajarnos un rato, llamamos a recepción como nos habían indicado, para dirigirnos al restaurante en compañía de nuestro amigo masai. Por el camino, ya de noche, había muchos excrementos de elefantes y a los lados del camino, entre los arbustos, veíamos relucir los ojos de animales que no acertábamos a distinguir.


La cena no desmereció en absoluto y pudimos degustar una especie de pizza en salsa, sopa, cordero o pescado con guarnición, postre y cafés. Unas frescas cervezas Serengeti acompañaron al banquete. Hay que señalar que aunque las bebidas no están incluídas, apenas nos cobraron dos euros por cada botellín de 500cl.
Tras un reparador y feliz sueño, nos levantamos a las 6 para desayunar antes de entrar de nuevo al parque. 
A la salida del coqueto establecimiento, el personal se despidió amablemente de nosotros y nos pidió que si nos había gustado, lo recomendáramos a nuestros amigos. Me veo en la obligación de hacerlo ante la agradable aunque corta estancia con la que nos obsequiaron.
A las 7 ya estábamos de nuevo viendo de cerca a numerosos elefantes, baobabs, jirafas, cebras, babuinos, facókeros y gran número de aves. 



De pronto escuchamos unos gritos de alerta que provienen de unos babuinos. Nos quedamos quietos buscando la causa de tal alarma y no tardamos en descubrir un grupo de unos siete leones. Babuinos y monos velvet saltan y gritan enloquecidos sin perder de vista a los felinos. Tras unos momentos en los que los leones parecen calibrar sus posibilidades, finalmente deciden tumbarse a la sombra de una acacia y nosotros decidimos proseguir nuestro camino.

Descubrimos especies como el cobo de agua, el antílope de agua, algún eland y muchísimos dik-dik.
La abundancia de estos últimos parecen indicar la escasez de sus principales depredadores, es decir el leopardo y el guepardo; nuestro guía Abel, así nos lo confirma.
Este pequeño antílope que debe su nombre al sonido de alarma que emite, será fácilmente observado en este parque.

Dos jóvenes elefantes nos obsequian con una larga pelea durante la cual, el sonido que produce el choque de sus colmillos nos dejan con la boca abierta.
Son más de 5 horas las que permanecemos recorriendo las pistas del parque siguiendo el curso de un río que en estas fechas permanece en gran parte seco. 
Grupos de elefantes se afanan en buscar agua bajo el lecho seco del río mientras otros acuden a los tramos que aún ofrecen algún reducto de agua. 




     
Otro dato a tener en cuenta, es la cantidad de moscas Tse-Tse que pululan por el parque y que durante momentos invadieron nuestro vehículo para atacarnos sin contemplaciones. 
Afortunadamente, parece ser que en esta zona la enfermedad del sueño está erradicada y únicamente sufriremos las molestias habituales que produce la potente picadura de esta especie de tábano. 
En efecto, a pesar de la abundancia de tse-tse, el agente patógeno a través del que se transmite la enfermedad, el Tripanosoma, parece no infectar a estos insectos en el área de Tarangire.


En resumen y a mi juicio, un parque de visita obligada por ofrecer paisajes totalmente distintos a los que podremos observar en el resto de parques del norte. 
Al salir, pasadas las 12 del mediodía, nuestro guía nos tradujo el significado de Tarangire como “río del jabalí” aunque entre mis recuerdos quedará grabado como el parque de los baobab, los elefantes y las moscas tse-tse. 

Inolvidable!!!

 

Próximo capítulo:Lago Manyara




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