26 diciembre 2013

Mi primera incursión al Africa Negra. SENEGAL.


Efectivamente, la visita al país senegalés significó la primera y emocionante incursión en lo que hasta ese momento representaba para mí, la enigmática y desconocida Africa Negra.
Anteriormente había visitado países del norte de Africa como Túnez y Egipto pero Senegal iba a significar un cambio radical a la hora de tratar de entender este maltratado continente.
Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir sobre mi experiencia por tierras senegalesas y aún hace más tiempo de mi paso por allí ya que me debo remontar a finales del siglo pasado. 
No es extraño por lo tanto, que tratar de recordar datos demasiados concretos se convertirá en misión imposible. 
No dispongo de fotografías digitales ni de apuntes escritos sobre el viaje, algo imprescindibles para recordar nombres de hoteles, recorridos exactos, precios y tantas otras cosas que pueden resultar valiosas para otros viajeros que tengan en mente realizar un viaje similar.
Por lo tanto, me limitaré a recordar sensaciones y anécdotas vividas a lo largo de las dos semanas que permanecí en el país.
Y a rescatar y digitalizar viejas fotografías realizadas durante aquel viaje...
Comenzaré diciendo que en esta ocasión contraté un viaje organizado en el que recorreríamos el país durante una semana hasta la región de Casamance para pasar otra semana en una conocida zona de playa llamada Saly.
Formamos un grupo de 14 personas que compartimos furgoneta y aventuras durante una semana repleta de acontecimientos, sensaciones y vivencias.
Dakar fue el punto de partida desde donde nos dirigimos a la Isla de Goré, el Lago Rosa y Kaolack.

La siguiente jornada nos llevó a cruzar el río Gambia que marca la frontera entre Senegal y Gambia para llegar hasta Oussouye, ya en la problemática región de Casamance.
Desde allí visitaremos la isla de Carabanne, enclavada en el delta del río Casamance. También visitaremos la isla de Hitou, cuna de ancestrales ritos animistas.
Para finalizar el recorrido por el país, llegaremos hasta las infinitas y vírgenes playas de Cap Skiring cuyas aguas bañan tierras senegalesas y guineanas.



Senegal era por entonces, un país que comenzaba a recibir los primeros turistas; de hecho, apenas nos cruzamos con ninguno a lo largo de la primera semana que dedicamos a recorrer el país.
A bordo de una pequeña furgoneta, con nuestras mochilas amontonadas sobre su techo y protegidas de las lluvias por una gruesa lona, comenzamos nuestra aventura admirando las continuas variaciones paisajísticas que nos permitían pasar de áridas llanuras sembradas de enormes termiteros a extensos bosques de baobabs o a espesas junglas tropicales, una vez llegamos a la verde región de Casamance.




Durante los traslados de un lugar a otro, también solicitamos a nuestro guía, parar en alguno de los poblados que veíamos a lo largo de la carretera. En ellos tuvimos ocasión de comprobar su pobreza y su sencilla forma de vida y también de admirar los enormes ojos de los niños y su perenne sonrisa mientras tomaban nuestra mano y nos guíaban por el poblado.
Sin pedirlo nos hicieron sentir la necesidad de ayudar pero nos resistíamos a limitarnos a repartir un puñado de monedas entre sus habitantes. 
Con la ayuda de nuestro guía, que a su vez nos serviría de intérprete, acordamos aportar nuestro granito de arena tratando de proveer a los poblados que afloraban junto a la carretera, de productos y materiales básicos intercambiando lo que ellos producían por lo que les faltaba.
Así lo hicimos y a lo largo de cientos de kilómetros, cambiamos arroz por frutas, carne por pescado, mantas por vestidos, cestas por cazuelas, etc, etc. Siempre atendiendo las necesidades del poblado visitado y en unas condiciones siempre favorables para ellos.



























El contrapunto del viaje lo pusieron los numerosos militares desplegados por la zona de Casamance y con los que tuvimos algún encontronazo poco amistoso. Niños con ojos vidriosos bajo los efectos de las drogas y el alcohol, nos apuntaban con su fusil haciéndonos conscientes de lo poco que significábamos para ellos. 
Afortunadamente sólo nos pararon durante un control en una ocasión a pesar de que nuestro guía nos aseguraba que nunca paraban a turistas. Fueron momentos tensos tanto para nosotros como para nuestro guía pero resueltos sin más contratiempos.
Desconozco los avances que habrá registrado el país en los últimos años pero durante mi visita, los desplazamientos eran lentos debido al mal estado de unas carreteras llenas de baches y socavones en las que tampoco era raro encontrar un árbol caído durante la última tormenta, impidiendo el paso a los vehículos.
Debido a esas mismas tormentas, las linternas se convirtieron en indispensables compañeras, debido a los frecuentes cortes de luz que se producían en todos los sitios, incluídos los elegantes hoteles de Cap Skiring.





Saly, una zona costera enfocada al turismo, fue el lugar elegido para pasar los últimos días antes de volver a casa. Esta era la parte del viaje que menos me atraía ya que no soy muy dado a permanecer tumbado en complejos hoteleros donde te lo dan todo hecho pero finalmente conseguí moverme a mi manera y relacionarme con la gente local. De esta forma pude visitar el cercano pueblo de Mbour, ir de pesca con pescadores del lugar, compartir divertidas cenas a orillas del mar con mis nuevos amigos africanos y, en resumidas cuentas, vivir un montón de historias con los auténticos protagonistas de mi viaje:
los senegaleses.




2 comentarios:

Antonio Ruiz dijo...

Hola Aitor!

Pensé que te ganaba con Senegal, pensando que no la habías visitado. Cachis, veo que eres inalcanzable, crack!!! Ya has visitado medio mundo!!!

Un abrazo desde el sur!

aitor dijo...

Hola Antonio!!
Es lo que tiene ser más viejo que tú...alguna ventaja tenía que tener!

Ojalá el 2014 nos sorprenda mostrándonos muchos de esos preciosos rincones que el mundo tiene escondidos.
Un abrazo para tí y los tuyos y feliz año!!!