La misma noche de nuestra llegada a La Fortuna, siguiendo los consejos de unos lugareños, nos acercamos hasta un pequeño alto no muy lejano al pueblo desde donde nos aseguran que hay unas excelentes vistas al volcán.
La carretera es estrecha, llena de baches y no tiene iluminación por lo que no nos resulta nada fácil dar con el sitio exacto que nos habían indicado.
La carretera es estrecha, llena de baches y no tiene iluminación por lo que no nos resulta nada fácil dar con el sitio exacto que nos habían indicado.
Pero de pronto y como si de una revelación se tratara, supimos que habíamos llegado. De súbito, ante nuestros ojos, la cima de una montaña se iluminó de un rojo intenso para dar paso inmediatamente a una lengua de fuego que se deslizaba por sus flancos. Aún no lo sabíamos pero estábamos a punto de vivir uno de esos momentos mágicos que se producen por maravillosas conjunciones del azar y que aún hoy recordamos como si hubiera sucedido ayer.