Durante mi paso por Natal, parada obligatoria en mi ruta porque de allí tomaría el vuelo que me trasladaría hasta la paradisíaca isla de Fernando de Noronha, tuve tiempo para hacer un recorrido por las Dunas de Genipabu.
Debido a los enlaces aéreos me vi obligado a permanecer en Natal más tiempo del que en principio tenía planeado. Natal no era un lugar de los que llamara mi atención por lo que mi estancia se reducía a lo imprescindible para tomar los vuelos a Fernando de Noronha y el posterior a Río de Janeiro.
Pero como suele suceder en algunas ocasiones, el lugar no me pareció tan horrible como algunos relataban. Es cierto que en algunas zonas se concentraba el turismo masificado e insolidario del que siempre intento huir en mis viajes pero he de decir que alejándote un poco de estos lugares, no era difícil encontrar sitios relajados y apacibles donde disfrutar de la innegable belleza de la zona.
Eran numerosos los enclaves cercanos que te permitían gozar de tranquilidad y que hicieron que mi percepción inicial sobre Natal, cambiara radicalmente. No diría que es un sitio a evitar; tan sólo se trata de buscar tu sitio...
Tras indagar un poco sobre las variadas posibilidades que se me presentaban, me incliné por una actividad que habitualmente no me suelo plantear pero en esta ocasión, ante la insistencia de las fuentes consultadas, me dejé convencer: haría un pequeño tour desde Natal hacia las playas del norte hasta llegar a las Dunas de Genipabu, en buggie.
Y cuando digo que no se trata de una de mis actividades favoritas, no me refiero a la visita del interesante paisaje dunar sino al hecho de hacerlo en buggie.
En efecto, no me había gustado demasiado ver el gran número de estos vehículos que circulaban por Fernando de Noronha ni el tipo de turismo que practicaban pero todo el mundo en Natal parecía empeñado en recomendármelo...
A las 8 de la mañana del día siguiente ya habíamos desayunado y nos encontrábamos esperando en las puertas de nuestro albergue al que sería nuestro conductor y guía durante todo el día.
El recorrido comenzó a orillas del mar a través de infinitas playas que a esa horas se encontraban prácticamente desiertas. Indudablemente sólo un vehículo de estas características podía circular por arenas mojadas mientras las olas que llegaban hasta las ruedas de nuestro coche amenazaban con proporcionarnos en cualquier momento, un chapuzón inesperado.
Recorrimos varias playas, montamos en un transbordador y finalmente subimos con el coche a unas balsas que no parecían garantizar la seguridad mínima exigible pero logrando, desde luego, que todo se convirtiera en una aventura emocionante y divertida.
La llegada a las dunas nos dejó con la boca abierta. No habíamos leído mucho sobre esta zona y desconocíamos por completo la existencia de un paisaje tan singular y tan distinto a todo lo que habíamos conocido hasta ahora en esta parte del planeta. Teníamos ante nosotros un auténtico desierto donde todo lo que llegaban a abarcar nuestro ojos era arena, algún dromedario y altas dunas que conseguían trasladarte instantaneamente a miles de kilómetros de dónde realmente nos encontrábamos.
Ni corto ni perezoso, nuestro conductor se encaminó a lo alto de una duna desde donde las vistas eran maravillosas. Nos miró, sonrió, nos dijo que nos agarráramos fuerte y de pronto se lanzó a toda velocidad, duna abajo.
Casi se me sale el estómago por la boca mientras descendíamos por la abrupta pendiente mientras los gritos de mis compañeras se dejaron oir a varios kilómetros de distancia.
Una compañera brasileña con claros rasgos que denotaban su ascendencia asiática y que nos acompañaba en la excursión, no podía parar de reir cuando por fin finalizó el infernal descenso.
Una compañera brasileña con claros rasgos que denotaban su ascendencia asiática y que nos acompañaba en la excursión, no podía parar de reir cuando por fin finalizó el infernal descenso.
Proseguimos la ruta a través de desérticos paisajes hasta llegar a la laguna de Pitanga donde te puedes dar un refrescante chapuzón o sentarte a tomar algo en alguna de las mesas dispuestas en sus orillas pero ya dentro del agua.
Toda la zona está perfectamente preparada para diversas actividades turísticas; allí puedes hacer rutas en bicicleta, en dromedario, en buggy, tirolina, kayak, etc,etc..
Nuestro conductor nos preguntó si queríamos comer allí pero le dijimos que preferiríamos otro sitio más tranquilo y solitario.
Nos entendió a la perfección ya que nos llevó hasta una playa casi desierta donde comimos en un pequeño local a orillas del mar mientras nuestra compañera de excursión nos explicaba que era de origen japonés aunque llevaba muchos años viviendo en S.Paulo. Compartimos una agradable velada durante la que nos explicó muchas curiosidades y su particular punto de vista acerca de la actual forma de vida brasileña.
La comida también resultó destacable. Parece que la aventura me había abierto el apetito y no pude resistirme a unos camarones a la plancha , langosta en salsa rosa y un poco de pulpo para abrir boca....y es que cuando vi los apetitosos "grelados" que estaban preparando, no tuve más remedio que pedir un poco de "peixe" y de "picanha". Algo de fruta y las consiguientes cervezas, me ayudaron a hacer la digestión.
Eran otros tiempos pero cada vez que recuerdo que aquella comida me salió por unos 22 reales (unos 8€), me resulta difícil de creer.
Muy a nuestro pesar, el tiempo seguía su curso y ya era la hora de comenzar nuestro regreso a Natal.
Las sensaciones vividas, los increibles paisajes y la excelente comida disfrutada en inmejorable compañía, convirtieron lo que parecía ser un día de tránsito, en una memorable jornada viajera.
Las sensaciones vividas, los increibles paisajes y la excelente comida disfrutada en inmejorable compañía, convirtieron lo que parecía ser un día de tránsito, en una memorable jornada viajera.
Una agradable sorpresa.
2 comentarios:
Brasil es uno de mis grandes desconocidos. Algún día le hincaré el diente, y entradas como la tuya ayudan, pero sin saber por qué no está entre mis prioridades.
Misteriosamente y si razón aparente, hay destinos que no te llaman. A mí me pasaba con EEUU pero cuando descubrí el año pasado, los parques del oeste, tomé conciencia de mi gran error.
Me atrevo a asegurarte que si un día vas a Brasil, cambiarás de opinión.
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