Se adivinaban las primeras luces del alba cuando el capitán puso en marcha el motor del barco. Su brusco traquetreo nos sorprendió a todos mientras dormíamos.
El plan previsto era desayunar tranquilamente antes de zarpar hacia la cercana isla de Komodo pero alguna razón que aún desconocíamos, había hecho cambiar los planes a Vinsen.
Ruta día 3:
Cuando nos fuimos desperezando y preguntamos el motivo por el que habíamos partido tan pronto, nos confesaron que el hielo que traíamos desde Labuán con el fin de mantener fresca y en buen estado la comida, se estaba agotando.
Nos encontrábamos muy cerca de la isla de Komodo y no podían dejar pasar la oportunidad de comprar hielo en el poblado, razón por la que nos acercamos allí de madrugada para atracar en un pequeño embarcadero de madera donde se bajaron Vinsen y el cocinero con la intención de abastecerse del hielo necesario.
Mientras tanto permanecimos esperando en el barco su vuelta, intercambiando cómplices miradas con los niños que curiosos, se acercaban al embarcadero.
A pesar de que el día acababa de despuntar, muchos pescadores se encontraban ya afanados en sus tareas cotidianas tratando de conseguir el sustento diario para sus familias.
La parada no se prolongó por mucho tiempo ya que pasados unos pocos minutos y ya con una buena cantidad de hielo en las neveras, volvimos a zarpar rumbo al este para llegar a Loh Liang, donde un guarda del parque nos recibiría para acompañarnos durante el recorrido por Komodo.
Al llegar te explican los tres recorridos que se pueden hacer y a pesar de que te suelen aconsejar el medio porque aseguran que en el largo no vas a ver más dragones, nosotros optamos por hacer este último. Teníamos tiempo de sobra y la mayor parte del recorrido discurría entre árboles que te protegían del sol.
Tras las típicas explicaciones y el aviso de que era muy difícil ver dragones en estas fechas, comenzamos la excursión. A medida que íbamos ganando altura, preciosas vistas de la isla se mostraban ante nuestros ojos mientras las llamativas cacatúas azufradas sobrevolaban nuestros pasos .
Comenzábamos a entender por qué en Komodo se veían menos dragones que en Rinca a pesar de que el número de ejemplares era sensiblemente superior. Nuestra situación privilegiada en lo alto de una colina de la isla, desvelaba su gran tamaño si la comparábamos con sus vecinos islotes.
Indudablemente, en Komodo disponían de mucho más territorio para ocultarse.
Algún ciervo, un búfalo y variadas especies de aves fueron toda la fauna que tuvimos ocasión de avistar en un recorrido que a pesar de ser considerado "el largo", no requiere ningún esfuerzo exagerado, ni mucho menos. Eso sí, siempre es conveniente ir bien surtido de bebida para reponer el líquido perdido.
Nuestro recorrido había llegado a su fin sin haber visto ningún dragón. Menos mal que en Rinca disfrutamos del avistamiento de varios ejemplares...
Pero cuando ya nadie lo esperaba, un ejemplar de tamaño mediano se cruzó en nuestro camino para dirigirse, a paso ligero, hacia la densa jungla en busca de cobijo y protección.
Estábamos muy cerca de la playa y una vez más junto a las instalaciones que se encuentran en la entrada del parque, encontramos dos enormes ejemplares relajadamente tumbados en la hierba, a la sombra que ofrecían unos frondosos árboles. Fue una grata sorpresa inesperada pero no la última ya que el guarda del parque nos informó de que había otro gran ejemplar un poco más adelante, en la misma playa.
Hasta allí nos acercamos para descubrir que al parecer, a los dragones también les gusta tomar el sol en la playa. Un gran ejemplar descansa en la arena mientras es filmado para algún documental que seguramente le hará famoso en algún lejano punto del planeta. Y él sin enterarse...
Al final hemos conseguido avistar grandes ejemplares de Dragón en Komodo, a pesar de que nuestro encuentro más emocionante fue en la isla de Rinca cuando un gran dragón apareció repentinamente ante nosotros en plena jungla.
No podemos quejarnos, nuestro objetivo se ha saldado con creces.
Volvemos satisfechos al barco dispuestos ya a acercarnos hasta el siguiente punto previsto: Manta point.
Manta point se encuentra al noreste de Komodo, no muy lejos de su costa y es un punto famoso por ser muy frecuentado por las gigantescas rayas manta que acuden hasta allí debido a la alta concentracción de plancton existente en la zona.
Pero curiosamente cuando estábamos llegando a dicho punto, el barco viró para dirigirse a una minúscula isla rodeada de aguas turquesas donde habían atracado pequeñas embarcaciones de pescadores. No sabíamos qué estábamos haciendo allí pero nuestra sorpresa aumentó cuando vimos a nuestro cocinero tirarse al agua para tratar de llegar nadando hasta la isla.
Mientras tanto, nosotros nos hallábamos tumbados saboreando unas deliciosas y heladas cervezas a la vez que inventábamos surrealistas explicaciones a lo que estábamos viendo, entre sonoras carcajadas. Pero no, nuestro cocinero no había huído del barco porque no había cobrado lo acordado ni iba en busca de piratas secuestradores de turistas...
Y eso que todos tuvimos nuestras dudas cuando un pequeño barco de pescadores se dirigió directamente hacia nosotros y nos abordó sin el menor disimulo. ¿ Qué pasaba?
Finalmente Vinsen nos lo aclaró.
El pescado que traíamos desde Labuán Bajo, no tenía buen aspecto ni desprendía buen olor debido a la escasez de hielo, así que habían decidido comprar a los pescadores de la zona una buena parte de sus capturas, ya que no sólo comprarían para nuestro consumo sino también para llevar mañana a sus casas ya que aquí el precio era sensiblemente inferior al de Labuán Bajo.
Nuestro cocinero intentó acercarse nadando hasta la pequeña isla donde se encontraban los pescadores porque no había suficiente profundidad para aproximarse con nuestro barco pero al final decidieron comprar el pescado al barco de pescadores que se acercó al nuestro, ante los insistentes gestos de nuestra tripulación.
Ya sólo quedaba que nuestro exhausto cocinero, que aún no había llegado a la isla, volviera de nuevo al barco.
Una vez todos juntos de nuevo en el barco y con las provisiones repuestas, nos acercamos al Manta point.
Llevábamos ya muchas horas de snorkel acumuladas y otras tantas de caminatas y ascensiones así que cuando Vinsen nos dijo que en esta zona deberíamos tener especial cuidado con las corrientes, todos nos miramos preocupados ya que estábamos un poco cansados. Personalmente, me atraía muchísimo la idea de nadar entre mantas pero experiencias vividas en anteriores ocasiones también me recordaban que es bastante molesto y cansado hacer snorkel en zonas con mucha corriente. En unos pocos segundos puedes alejarte cientos de metros del barco.
Finalmente decidimos ver las mantas desde cubierta. Evidentemente no era lo mismo pero también tuvo su encanto verlas pasar junto a nosotros con esa majestuosidad que las caracteriza.
Cuando nos cansamos de ver mantas, tomamos rumbo norte para llegar a nuestro siguiente destino: la isla Gili Laba.
Esta pequeña isla al noreste de Komodo, nos esperaba para ofrecernos sus tesoros submarinos. Una vez más atracamos nuestro barco a las afueras de la playa, junto a un ancla fija que permite fondear a las pequeñas embarcaciones para que no dañen los corales de estos magníficos fondos. Y una vez más, como no, nos quedamos absortos durante más de una hora con la variedad de especies coralinas y marinas que habitan los maravillosos arrecifes del mar de Flores.
Resultaría muy difícil decir cual ha sido el mejor lugar donde hemos buceado; cada uno tiene sus propias características aunque todos son espectaculares.
Tras el buceo de rigor, volvemos al barco para secarnos, ponernos el vestuario de paseo, pillar la cámara y esperar que un pequeño barquito nos acerque hasta la playa para evitar que nos mojemos. Hoy no veremos atardecer como de costumbre desde nuestra embarcación sino que subiremos a una pequeña colina para hacerlo desde allí.
Con la única compañía de las águilas sobrevolando el anaranjado escenario que nos regala un sol que va perdiendo intensidad, observamos en silencio otro fantástico atardecer que parece incendiar las tranquilas aguas del mar de Flores, tiñéndolas de un llamativo color dorado.
Ya casi a oscuras, descendemos con cuidado hasta la playa para volver al barco y disfrutar de ese mágico momento que ya se ha convertido en habitual y que no es otro que comentar los momentos más destacados del día mientras saboreamos una sabrosa cerveza fría, al olor de la inminente cena.
Hoy estaba planificado llegar hasta Kanawa y dormir en sus alrededores pero una vez en el barco, nos preguntaron si nos importaría quedarnos a dormir allí porque al capitán no le gusta navegar a oscuras a estas horas y prefiere madrugar mañana para llegar al amanecer a nuestro destino. Como a nosotros nos da igual dormir en un sitio o en otro, cenamos tranquilamente y nos dispusimos a pasar nuestra última noche en este pequeño paraiso.
Tras la excelente cena a base de pescado fresco, nos adentramos en la noche mientras mantenemos una animada charla con Vinsen que hoy parece especialmente animado y conversador.
Llevo dos noches durmiendo en cubierta y hoy no será menos.
Por última vez, quiero dormirme viendo el infinito cielo repleto de estrellas y despertarme con un nuevo amanecer que aunque en estos momentos lo desconocía, iba a significar el amanecer más espectacular que había visto en mi vida.....
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