30 octubre 2020

Viajar en tiempos de covid-2. Galizia IV. La ría de Muros y Noia.


Nos levantamos sin prisas para comenzar la jornada en la que dejaríamos la localidad de Muros para buscar un sitio para dormir en la cercana localidad de Noia.
Bajamos a desayunar a un local cercano a nuestro hotel y cargamos el equipaje en el coche para explorar un poco los alrededores de Muros y su ría.
Para empezar, nos desplazaremos hasta el inicio de la ría de Muros para ascender hasta el monte Louro donde se encuentra el Faro de Louro ofreciendo excelentes vistas a la ría y la costa gallega.
Debido a los agrestes acantilados que adornan la costa gallega y su peculiar climatología, en la que la lluvia y la niebla dificultan la visión a grandes distancias, son numerosos los faros que salpican el litoral gallego con objeto de avisar a los marineros de la cercanía de la costa.
Este frente al que nos encontramos, comenzó a funcionar en Julio de 1862 y se encuentra a pies del monte Louro de 241 metros de altura.

 






Tras un buen rato disfrutando de las vistas en total soledad, bajamos hasta el cercano pueblo de Louro para dar un pequeño paseo bordeando la playa, aprovechando la excelente temperatura que nos acompañaba.
Este pequeño enclave de apenas 1200 habitantes, pertenece al municipio de Muros y se encuentra ubicado en la orilla derecha de la ría de Muros y Noia. En la margen opuesta se encuentra Noia, punto final de nuestra ruta.Flanqueada por una serie de pequeñas montañas que rondan los 500 metros de altitud, su población siempre se ha dedicado principalmente a la pesca y la agricultura. En la actualidad el turismo ha cobrado gran importancia y prueba de ello es el animado ambiente que nos encontramos y los numerosos locales que ofrecían alojamiento y comidas.

Nos limitamos a pasear por un camino cercano a la playa antes de abandonar este coqueto pueblecillo.



 

 

Seguimos nuestra ruta por la orilla norte de la ría parando frecuentemente para disfrutar de las vistas hasta llegar a una extensa playa desértica en la que hicimos una breve parada.
Bornalle, así era como se llamaba el lugar, nos dejó con la boca abierta cuando pasamos por la carretera que la bordeaba. Un amplísimo arenal con aguas cristalinas en la que apenas había gente, invitaba a hacer una parada que no estábamos dispuestos a pasar por alto.
Aparcamos el coche al borde de la carretera y tomamos un camino que nos sorprendió con numerosos y cuidados hórreos que se alineaban a ambos lados del mismo. Más de 20 hórreos salpican el pueblo anexo a la playa, sumándole un atractivo más a este bonito rincón gallego.

Ubicado en la parroquia de Abelleira perteneciente al municipio de Muros, la playa de Bornalle se origina por la sedimentación del río Rateira que desemboca en esta ensenada y aunque con marea alta el arenal queda muy reducido, con marea baja el paisaje resulta espectacular.Al estar la ensenada bastante protegida, el mar suele estar en calma y sus aguas son poco profundas por lo que muchas familias eligen esta playa para ir con los niños.

No dudamos en descalzarnos y dar un agradable paseo por la orilla del mar mientras los cangrejos y pequeñas crías de lenguados y rodaballos, salían de sus escondites para huir alertados por nuestro paso. Algún pescador de caña sumergido hasta la cintura y otros recolectando los mejillones que la marea baja habían dejado al descubierto, completaban la relajada escena marina.

 




 
Volvimos al coche para reanudar el camino y como la hora de comer se estaba acercando, decidimos no parar ya hasta nuestro hotel en Noia para instalarnos y buscar un sitio para comer.
El hotel Tío Manolo iba a ser nuestro alojamiento durante los dos próximos días, un gran establecimiento que también contaba con restaurante y que apenas contaba con gente debido a la maldita pandemia. No estaba a orillas del mar como nos hubiese gustado pero la habitación era bastante acogedora.
Una vez instalados, nos acercamos andando a la parte vieja de Noia para comer en alguno de los atractivos restaurantes que teníamos apuntados. Pero ante nuestra sorpresa, a nuestra llegada, éstos se encontraban totalmente llenos y nos resulto complicado encontrar alguno que accediese a darnos de comer.
Finalmente lo haríamos en El Txoko donde pedimos unos patés caseros y un cachopo para cambiar un poco la dieta a base de pescado de los últimos días.
Un pequeño paseo por el pueblo, nos ayudó a bajar la comida.

En la parte más interior de la ría, ya en su orilla sur, encontramos esta localidad coruñesa que cuenta con una población aproximada de 15.000 habitantes. Toda la comarca no llega a los 35.000.

 

 

Entrecruzada por ríos, montañas y playas, cuenta con un coqueto casco histórico y relajantes paseos a lo largo de su ría.
Aunque el turismo va tomando fuerza en su economía, su sector de servicios y el marisqueo son las principales actividades de una zona donde numerosas fábricas catalanas dedicadas a la salazón de pescados principalmente sardinas, se asentaron a partir del siglo XIX.

 


 
Nos quedaba toda la tarde por delante y para completar la jornada nos acercamos hasta Toxosouto buscando las sombras y el frescor que su bosque y las cascadas ofrecen a sus visitantes.
Aparcamos junto a la carretera muy cerca del monasterio de Toxosouto,
fundado en el siglo XII y en activo hasta el XIX, un centro que contó con gran importancia en su época y que a su vez se encuentra muy próximo a las cascadas.
A través de un estrecho sendero río arriba, no tardamos nada en llegar a la primera cascada. Y un poco más arriba, tras atravesar un puente de madera, llegaremos a la segunda.
La humedad del ambiente contribuye al verdor del lugar y ni siquiera los árboles pueden evitar que una densa capa de musgo cubran sus troncos.
Disfrutamos del lugar como se merecía, sentándonos en una roca frente a las cascadas dejando pasar el tiempo sin prisas, dejándonos envolver por el mágico ambiente del rincón en el que nos encontrábamos.







 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El tiempo iba pasando y era hora de volver al hotel para darse una ducha y cenar algo antes de ir a dormir.
En esta ocasión no nos movimos demasiado; estábamos cansados y nos quedamos en el restaurante del hotel a cenar un poco de pulpo y una ensalada.
No había tiempo para más.... a dormir.

 

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