26 enero 2023

Nuestra aventura con los gorilas. Bwindi.




Cuando sonó el despertador todos sabíamos que era el día señalado en rojo del viaje, el motivo principal por el que habíamos volado hasta estas remotas tierras africanas. Todos estábamos descansados, en perfectas condiciones y con ganas de lanzarnos en busca de los primates a través de la impenetrable selva de Bwindi. 
Desayunamos en silencio,  cada uno inmerso en sus propios pensamientos, confiando en que la jornada fuera tan fructífera como todos deseábamos. 
Cargamos en nuestra mochila agua, fruta y unos roles que nos habían preparado en el campamento, y montamos en el coche para que Charis nos acercara hasta el punto de reunión.
Ayer nos aseguraron que nos iban a adjudicar la familia Mukiza, la más numerosa de este sector del parque, pero no las teníamos todas con nosotros. Por otro lado, nos habían comentado que era la familia más lejana, algo que me preocupaba un poco ya que los años no pasan en balde y mis condiciones físicas ya no son demasiado buenas.
Cuando llegamos al punto de reunión, nos cruzamos casualmente con el jefe, quien reconoció a mis compañeros y les saludó efusivamente. Dirigiéndose a los guardas allí presentes, les dijo: "esta gente va con la familia Mukiza". Todos tuvimos que disimular nuestra alegría cuando vimos que nuestro sueño se iba a cumplir: íbamos a visitar la familia más numerosa de Ruhija.
Hicimos todo el papeleo de rigor en la oficina y nos acomodamos en una zona cubierta provista de asientos. Un grupo local apareció ante nosotros cantando y bailando.




Tras una actuación de 10-15 minutos en la que participamos haciendo un poco el ganso y dejamos una propinilla para la comunidad local, pasaron a explicarnos algunas reglas que deberíamos respetar a lo largo de la jornada.
Si necesitábamos hacer aguas menores o mayores, debíamos avisar al ranger para que hiciera un agujero donde depositar los residuos, tratando de evitar que pudiéramos contagiar a los gorilas alguna enfermedad. También deberíamos comunicar antes de empezar, si teníamos fiebre o nos sentíamos mal, algo que nos impediría hacer la excursión.
Una vez con los gorilas, sólo podríamos llevar encima cámaras y móvil, no pudiéndonos acercar a menos de 7 metros ni tocarlos a no ser que fueran ellos los que se acercaran.
Era hora de empezar. 
Tomamos la carretera por la que llegamos ayer a Bwindi para tomar un camino entre la selva, unos cientos de metros más adelante. Ahora sí, empezaba la travesía por la selva impenetrable. Una bandada de grandes turacos azules, una preciosa ave, alteró el silencio con sus potentes aleteos.
Enormes gusanos y fehacientes pruebas de la existencia de variada fauna, se dejaban ver por el camino.
La presencia de elefantes también se hacía patente en una explanada totalmente devastada por el ansia alimentaria de este enorme paquidermo.




                            
     

Gran turaco azul




Pero la selva era tan densa que era prácticamente imposible avistar ningún animal, por numerosos que éstos fueran. Un pequeño antílope de selva fue lo único que pudimos ver durante unos pocos segundos antes de que desapareciera entre la maleza.
La excursión seguía su curso sin demasiados problemas a pesar de que algunas cuestas nos hacían sudar a más de uno. El terreno nos obligaba a continuas subidas y bajadas pero de momento el camino era cómodo y llevadero.
Así fuimos avanzando, con paradas informativas acerca de la selva y de los gorilas, cada vez que superábamos una cuesta importante. Las estratégicas paradas eran bien aprovechadas para recuperar el aliento y bajar las pulsaciones. El cielo estaba totalmente despejado y la temperatura era fresca pero perfecta para la caminata.
Tras algo más de una hora de travesía por caminos bien marcados, la cosa se complicó bastante. Nos lanzamos colina abajo por una empinada ladera impracticable, dada la espesura de la vegetación. No veías dónde pisabas, los bastones se enganchaban con zarzas y ramas y atravesar aquella vegetación parecía una misión imposible a pesar de que el guía hacía uso de su machete tratando de limpiar un poco el terreno. En varias ocasiones mis botas se hundieron en el fango en lo que parecían una especie de arenas movedizas que amenazaban con tragarnos sin piedad; la marcha se redujo hasta tener que pararnos en muchas ocasiones. Afortunadamente, aún a riesgo de los resbalones, el camino era cuesta abajo porque de haber tenido que hacer esa ruta en sentido inverso, no quiero ni imaginarlo...


Cuando empecé a ver rastreadores, entendí que ya no estábamos lejos. Efectivamente, allí mismo, inmersos en la exuberante vegetación, tuvimos que dejar las mochilas y bastones para avanzar unos pocos metros y encontrarnos con el sueño que perseguíamos: los gorilas de montaña
Frente a nosotros, la familia Mukiza al completo.




Resulta difícil explicar ese momento. Las manos me temblaban y fueron muchas las fotos que tuve que borrar porque estaban totalmente movidas; y no era porque los gorilas se movieran sino por mis manos temblorosas.
Me encontraba en primera linea, a unos 2-3 metros de ellos, cuando uno de los rastreadores se acercó hasta mí para cortar a machetazos unas ramas que se interponían entre los gorilas y yo. Inmediatamente, el espalda plateada se incorporó ante la amenaza, profiriendo unos gruñidos que me dejaron paralizado. El rastreador se echó hacia atrás y la calma volvió al grupo.
El resto del tiempo discurrió sin más incidentes. Los adultos descansaban tumbados rodeados de increibles nubes de mosquitos, los adolescentes se despiojaban apaciblemente y las crías no paraban de pelearse en el suelo, en los árboles o revolcándose entre el grupo. En alguna ocasión Mukiza, el espalda plateada, los tuvo que poner al orden tratando de evitar que aplastaran a las crías más pequeñas.
Quedaban unos minutos para cumplirse la hora establecida, cuando decidieron levantarse y desaparecer entre la espesura del bosque. El guía nos dijo que si nos parecía bien, dábamos por finalizada la experiencia. Todos asentimos con una amplia sonrisa en nuestras caras. Habíamos pasado una de las horas más cortas de nuestras vidas... 




                                                                          




                          

Con una enorme sonrisa dibujada en nuestras caras, nos despedimos de los rastreadores, les dejamos una propinilla por su trabajo y emprendimos el regreso al punto de partida.
El guía nos dijo que para evitar el tortuoso último tramo, haríamos la vuelta por un camino más cómodo. Lo cierto es que no tardamos en tomar un ancho camino que a pesar de ser bastante empinado y a ratos inundado, era bastante cómodo y cuesta abajo. 
El guía nos contó que para facilitar el trabajo de rastreadores y guías, tenían una serie de caminos preparados para llegar a todas las zonas del parque.
También nos contó que los años de coronavirus habían sido muy duros y los gorilas lo han sufrido también a su manera. Cuando comenzaron a visitar otra vez el bosque, sin turistas porque no podían salir de sus países, los gorilas los buscaban entre los guías locales. Parece que echaban de menos a sus parientes blanquitos...
Poco a poco parece que el asunto va volviendo a la normalidad pero todavía el volumen de turistas no se ha recuperado del todo. De hecho, nosotros no tuvimos ningún problema para reservar con tan sólo un mes de antelación los permisos.
Nos explicó también las dificultades que representan los trabajos que llevan a cabo para habituar los gorilas a los humanos y las marcas que tenía en varias partes de su cuerpo, fruto de sus encontronazos con los primates.

Más adelante oímos música y unas voces provenientes de la selva, que nos sobresaltaron. Nuestro guía nos tranquilizó y nos comentó que se trataba de un campamento de guardas cuya misión era la de salvaguardar el bosque y sus habitantes. 
Visitamos las rudimentarias instalaciones de dicho campamento y las duras condiciones en las que vivían aquellos hombres. Unos simples maderos sostenían una carpa que les protegía de la lluvia y les daba cobijo ante las bajas temperaturas que sufren en esas montañas durante la noche. Aún así, se les veía contentos y satisfechos del trabajo que llevaban a cabo. Durante 5 días seguidos, vivían allí protegiendo las joyas de su amado bosque, los gorilas de montaña.
Las últimas cuestas del trayecto se hicieron durillas para algunos pero finalmente llegamos a una pista donde nos esperaban los coches para devolvernos a nuestros alojamientos.





Una vez en el campamento, tras la entrega de unos diplomas que acreditaban nuestro éxito con los gorilas, nos sentamos en la terraza cubierta del bar para beber y comer algo tras la caminata. Tan pronto como lo hicimos, unas amenazantes nubes cubrieron el cielo unos minutos antes de descargar sobre el lugar un increíble aguacero que se prolongó durante un buen rato. Si nos llega a pillar en el bosque, nos ahogamos.😀😀
Sin lugar a dudas, la diosa fortuna estaba de nuestra parte.
Aprovechamos para darnos una ducha y quitarnos las botas y la ropa mojada mientras la tormenta iba amainando. Mis compañeros decidieron salir a dar un último paseo por la zona pero yo preferí quedarme descansando un rato ante el temor de que cayera un nuevo chaparrón. Si el tiempo mejoraba, ya les llamaría para unirme a ellos más tarde.
Así lo hice y al de un buen rato, cuando vi que el cielo volvía a tornarse azul, contacté con ellos por el móvil y nos reunimos para pasar juntos las últimas horas de luz. 
Ellos venían de una escuela bastante apartada del pueblo donde a pesar de ser domingo, se encontraron con muchos niños que se reunían allí para jugar.
Habían decidido dejar allí buena parte del material escolar que llevábamos en nuestras mochilas. Pero eso sería mañana.







Las últimas fotos a los monos que habitan aquel bosque, pusieron punto final a una jornada memorable.
Habíamos encargado ya la cena para tenerla preparada sobre las 8. 
Unos platos de carne guisada y un generoso filete de tilapia, un pescado local, fueron el perfecto broche final antes de retirarnos a nuestros aposentos.
Mañana madrugaremos para acercarnos hasta la escuela antes de tomar rumbo a nuestro siguiente destino: Queen Elisabeth National Park.



         

Video de la jornada:


                          








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