Una plácida noche dio paso al último día del viaje.
Nos despertamos sin prisas, con la idea de disfrutar del hotel relajadamente pero no pudimos resistirnos a visitar un parque cercano, el Parque Estadual Zé Bolo Flô.
Habíamos leído que había bastantes aves e incluso algún mamífero que otro.
Nuestros cuerpos se habían ya acostumbrado a madrugar así que muy prontito estábamos ya todos desayunando plácidamente. El abundante buffet nos entretuvo más de lo previsto pero sin duda, después del atracón nos iba a venir bien el paseo matutino.
Realmente el parque estaba muy cerca del hotel por lo que no tardamos en adentrarnos por sus caminos. Las aves no tardaron en aparecer. Coloridos loritos, turpiales y otras muchas, revoloteaban por los árboles cercanos. Incluso vimos varios comederos con frutas para tratar de atraer a los pájaros.
El parque estaba repleto de árboles, lo que nos protegía del sol e hizo del paseo una agradable experiencia.
Al final del recorrido sorprendimos a un agutí comiendo una fruta.
Un poquito más adelante, descubrimos un grupo de pequeños monos que no habíamos visto hasta el momento.
Confiados, sin prestarnos demasiada atención, recogían fruta que devoraban con pasión. Se trata del tití de cola negra (Mico melanorus). Son los monos más pequeños que hemos visto en el viaje y las crías apenas miden 10cms.
Volvemos contentos al hotel tras el agradable paseo durante el que hemos añadido un nuevo mamífero a nuestra lista.
Ahora sí, toca relajarse del todo, ponerse el traje de baño y darse un refrescante chapuzón en la piscina.
Sólo hemos disfrutado de piscina en el camping de Aquidauana hace ya mucho tiempo y desde luego, la hemos echado mucho en falta debido a las altas temperaturas que hemos padecido a lo largo del viaje.
Y la verdad es que nos costó salir del agua.
Tan sólo cuando vi pasar una apetecible caipirinha con mucho hielo, me animé a acercarme hasta la barra del bar para pedir unas caipirinhas y llevarlas a una mesa, a la sombra de una palmera.
Sentados a la sombra con una helada caipirinha, podíamos decir que no nos hacía falta nada más.
Queríamos despedir el viaje en un buen restaurante por lo que preguntamos al recepcionista del hotel cual era su restaurante favorito. Cuando le dijimos que buscábamos una churrasquería, no dudó en decirnos: " iros a la JP SteakHouse ".
Dicho y hecho, cargamos el equipaje en el coche y fuimos hasta el cercano restaurante, a 10 minutos del hotel.
Cuando entramos y vimos el espectacular buffet que ocupaba el centro del comedor, tuvimos la certeza de que habíamos acertado.
Sería interminable enumerar todas las delicias existentes en aquellas fuentes y una auténtica tortura no poder echarte un poco de todo.
El problema es que además de todo lo que elijas del buffet, pasarán por tu mesa ofreciéndote todo tipo de carnes a la brasa insertadas en la típica espada.
Disfrutamos como niños con aquellos manjares y aunque nos sentimos un poco engañados porque los postres los cobraron a parte y unos licores que nos ofrecieron también nos lo cobraron, lo cierto es que lo que pagamos por aquel banquete no era nada desorbitado.
Ya sólo nos quedaba buscar un sitio para lavar el coche antes de ir hasta el aeropuerto donde entregaríamos el coche, antes de tomar nuestro vuelo a Sao Paulo.
Buscamos un lavadero que nos pillara de camino al aeropuerto y el elegido fue el Nifa Carwash Lava jato .
Aprovechamos para dejar a un chaval que trabajaba allí, una camiseta del mejor equipo de fútbol del mundo. La cara del chaval, que rápidamente fue a ponérsela, era un poema. Nos agradeció el regalo uno por uno con una gran sonrisa en su cara.
La aventura llegaba a su fin. Una vez entregado el coche, nos llevaron hasta el aeropuerto, a unos cientos de metros de la oficina y desde allí volamos a Sao Paulo.
Unos Uber nos acercaron hasta la dirección de una casa cercana al aeropuerto que habíamos reservado a través de Airbnb.
Cuando llegamos a nuestro destino, resultó ser un barrio oscuro y bastante alejado de todo que no nos infundió demasiada seguridad. La puerta tenía una cerradura con un código de seguridad que no sabíamos y tuvimos que quedarnos en la calle hasta que conseguimos ponernos en contacto con el propietario y nos dio la clave. Fueron unos momentos un tanto tensos porque el barrio no parecía muy seguro y cinco guiris en plena calle con todo su equipaje encima, parecían unas presas fáciles.
Afortunadamente, todo se solucionó sin ningún tipo de problema y nos fuimos a dormir sin más incidentes.
Al día siguiente, a plena luz del día, todo parecía mucho más acogedor. Compramos unos dulces y cafés para desayunar en una panadería cercana y llamamos a unos Uber para que nos llevaran al aeropuerto.
La aventura Pantaneira había llegado a su fin.
Mañana dormiremos en nuestra cama.
Ruta de la Jornada
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