Volvemos a madrugar ya que nuestro vuelo sale a las 8,10 del aeropuerto de Delhi y vistas las estrictas medidas de seguridad que llevan a cabo, no queremos arriesgarnos a sufrir un nuevo incidente. Tengo que confesar que desde el percance que padecimos hace una semana y que nos supuso perder nuestro vuelo, este aeropuerto me produce un desasosiego y una intranquilidad inusual.
Una llamada de teléfono nos avisa de que nos están esperando abajo.
Aún no han empezado los desayunos así que nos dan una bolsa bastante miserable que pretende ser un desayuno, cargamos todo nuestro equipaje en la furgoneta y salimos rumbo al cercano aeropuerto.
En esta ocasión dejaremos el " equipaje de verano " en manos de nuestro conductor que lo llevará a la oficina hasta nuestra vuelta.
Cuando llegamos al aeropuerto y veo la cola infinita para acceder a su interior, se me ponen los pelos de punta. Llegamos con más de tres horas de antelación a nuestro vuelo pero el caos que hemos vivido ya varias veces, nos hace dudar de que sean suficientes.
De nuevo discusiones, personas a las que se deniega la entrada al aeropuerto, gente que se cuela.....en una palabra, caos total y colas interminables.
Pasado el primer obstáculo, nos enfrentamos al segundo: facturar el equipaje. Mentalmente repasamos todos los objetos prohibidos en el equipaje facturado tratando de confirmar que todo lo que llevamos está permitido. Pero la realidad es que con tantos equipajes, accesorios y dispositivos, no estamos seguros de nada.
De nuevo una cola infinita que apenas avanza ya que continuamente se cuelan grupos de gente sin que absolutamente nadie les diga nada. Mi asombro y malhumor crece por momentos....
Al fin conseguimos facturar y nos dirigimos al tercer obstáculo; los controles de seguridad.
Y claro, cómo no, las colas infinitas y el caos total se apropian del lugar.
Desconozco si los controles tan minuciosos son habituales en este aeropuerto o son fruto de algún estado de alarma excepcional pero no he vivido nada igual en ninguna parte del mundo.
Una simple grapa en el bolsillo de mi pantalón, hizo sonar la alarma del aparato de control del policía que me tocó, reteniéndome durante minutos hasta que descubrimos qué era lo que provocaba el maldito pitido; no lo podía creer...
Por supuesto, nuestras mochilas de mano cargadas de material fotográfico, óptico y de numerosos dispositivos, parecían suponer auténticas amenazas terroristas.
Todas fueron vaciadas por completo, revisando cada cámara, objetivo, batería, tarjetas de almacenamiento, tabletas, móviles, etc, etc. Aquello se convirtió en un auténtico infierno.
Por fin pasamos a la zona de embarque pero si eso en cualquier otra parte del mundo significa haber dejado atrás los molestos trámites del aeropuerto, aquí no podías cantar victoria aún.
Sabíamos que si veían cualquier cosa " sospechosa " al escanear nuestro equipaje facturado, no se inmutarían si nos hacían perder nuestro vuelo.
Además nuestro vuelo debía atravesar el Himalaya y aterrizar a 3500 metros de altitud en pleno invierno por lo que no era extraño que muchos vuelos se cancelaran por la climatología.
Con los dedos cruzados, esperamos impacientemente la hora de embarque.
En esta ocasión, los astros se alinearon y despegamos rumbo a Leh, capital de Ladakh.
El tiempo era espléndido, con un cielo azul que nos permitió disfrutar al máximo de nuestro paso por la mítica cordillera del Himalaya.
El aterrizaje entre aquellas montañas nevadas, sorteando " colinas " y buscando valles abiertos fue digna de recordar...
El helado paisaje que nos permitían ver las pequeñas ventanillas del avión producían escalofríos e invitaban a abrigarse en condiciones.
Al bajar a tierra, el paisaje resulta abrumador. Hemos pasado del calor y las densas junglas de Pench y Kanha a un territorio helado custodiado por montañas y nieve.
Ya en el aeropuerto, recogimos el equipaje, rellenamos un último formulario de entrada a Ladakh y salimos al exterior donde nos esperaban los encargados de llevarnos al hotel.
La primera y agradable sorpresa fue que no parecía hacer tanto frío; el sol brillaba con fuerza y la sensación era agradable.
Nuestros conductores se hicieron cargo del equipaje facturado y nos dijeron que les siguiéramos hasta el coche, no lejos de allí.
La segunda sorpresa no fue tan agradable. Un pequeño murete de apenas medio metro de altura se interpuso en mi camino y aunque unos metros más a la derecha había unas escaleras para salvarlo, decidí que eso no era ningún obstáculo para mí y subí el murete apoyando mi mano y subiendo las piernas al murete. Mala decisión.
Aquel pequeño esfuerzo resultó comparable a batir el récord mundial de levantamiento de peso. Una sensación de ahogo y agotamiento total me obligó a tomar asiento en el primer sitio que pude.
Los efectos de la altitud me acababan de dar un gran sopapo en toda la cara.
El hotel Chospa, nuestro alojamiento para las dos próximas noches, se encontraba a menos de 4kms del aeropuerto. Tardamos menos de 10 minutos en llegar hasta allí tras atravesar alguna bulliciosa calle llena de tiendas y gentes.
Cuando llegamos al hotel, observo unas estrechas escaleras que suben a recepción desde el aparcamiento. Afortunadamente, los empleados del hotel se encargan de subir el equipaje porque a mí me cuesta un mundo superar la docena de escalones.
En varias ocasiones he estado a mayores altitudes pero nunca antes había sentido el efecto de la altura como esta vez...
Nuestra llegada coincide con la despedida de un grupo de españoles que han viajado con la misma agencia que nosotros y vienen del albergue donde nos alojaremos las próximas noches.
Una compañera del grupo reconoce al líder de ese grupo. Parece que se trata de un conocido fotógrafo que organiza viajes enfocados a la fauna y naturaleza, Kike Arnaiz.
Se muestra encantado con la experiencia que acaba de vivir y nos comenta que han gozado de varios avistamientos de Leopardo de las Nieves. Parece que las expectativas no pueden ser mejores...
Tras desearnos suerte, se despide de nosotros mientras procedemos a cumplimentar los clásicos trámites de entrada al hotel.
Un típico pañuelo que nos cuelgan del cuello junto a un buen listado de consejos para sortear el mal de altura, son el preámbulo perfecto para dar comienzo a nuestra aventura tibetana.
Nos recomiendan reposo durante las primeras horas, beber mucho agua, no hacer esfuerzos durante todo el día e intentar dormir lo suficiente. Estaremos hoy y mañana adaptándonos a la altura antes de subir otros 500 metros hasta la minúscula población de Ulley.
Tras el papeleo de rigor, nos llevan el equipaje hasta nuestras habitaciones. Nos sorprenden unas instalaciones modernas amplias y limpias.
Tan sólo hay una cuestión preocupante; hace frío en las habitaciones.
Pero no tardo en tranquilizarme cuando compruebo que hay un aparato de aire sobre el cabezal de nuestra cama, además de unos grandes radiadores junto al ventanal de la habitación.
Deshacemos el equipaje para ponernos ropa adecuada ya que venimos del calor y necesitamos un cambio radical.
No tardamos en salir a explorar el hotel. Una gran terraza ofrece unas vistas espectaculares a las montañas y al pueblo de Leh por lo que no dudamos en sacar las primeras fotos de la zona.
Durante las siguientes horas permanecemos en el hotel sin hacer ningún esfuerzo como nos habían recomendado pero finalmente, sobre las 13 horas decidimos dar un pequeño paseo hasta el centro de la ciudad para comer algo y tener la ansiada primera toma de contacto con la atmósfera tibetana.
Salimos de nuestro hotel y subimos una pequeña cuestecilla que conducía al centro de la ciudad. Mi respiración volvió a tornarse de nuevo pesada y dificultosa, dejándome claro que mi adaptación a la altura no iba a resultar sencilla.
A duras penas logré llegar al cercano centro neurálgico donde se concentraba la vida de la ciudad. Dimos un pequeño paseo antes de subir a un restaurante cuyo cartel vimos desde la calle principal.
Se trataba de un negocio local donde éramos los únicos clientes. El frío era intenso y a pesar de que nos pusieron un calentador sobre la mesa, tuvimos que comer con las chamarras puestas.
Pedimos algún plato de pasta, pollo y los más atrevidos pidieron algún plato local. Para beber, el inevitable agua caliente. He probado muchos brebajes a lo largo de mi vida, muchos de ellos repugnantes, pero lo del agua caliente es algo que me supera. Imposible beberla.
La comida resultó mucho más sabrosa de lo que esperábamos y de no ser por el frío y por la maldita agua caliente, hubiera sido una excelente comida.
Siguiendo los consejos recibidos, decidimos dar por finalizada la jornada y volvimos al hotel para reposar relajadamente la comida.
Desgraciadamente, yo no me sentía bien. Estaba agotado, el más mínimo esfuerzo me fatigaba y además empezaba a sentir problemas estomacales por lo que decidí irme a la habitación y meterme en la cama.
Me resultó imposible poner el aire caliente y los radiadores seguían sin funcionar por lo que me metí a la cama con ropa tratando de entrar en calor.
Varias veces tuve que levantarme para ir al baño y mi estado no mejoraba.
Cuando mis compañeros vinieron para ver qué tal me encontraba, pasadas unas horas, yo seguía igual. Me propusieron bajar al comedor a cenar algo pero no tenía cuerpo para nada así que me quedé en la cama.
Pero al de unos minutos volvieron a buscarme porque habían estado hablando con la responsable del hotel y les había dicho que no me convenía quedarme en la cama. Lo que me estaba pasando parecían claros síntomas del mal de altura y me convenía moverme un poco, comer algo y sobre todo beber mucho agua.
Cuando bajé al comedor, me estaba esperando. Me sacó una tortilla francesa y una jarra enorme de.....agua caliente. Aquello parecía una tortura.
A duras penas me comí la tortilla francesa con un par de vasos de aquella repelente agua caliente. La mujer se esforzaba en darme consejos para superar el mal de altura pero en aquellos momentos no me veía capaz de nada.
Me retiré a la habitación con la esperanza de que mañana todo habría pasado pero un poco preocupado.
Por cierto, me enteré también de que los radiadores de la habitación sólo se ponían en marcha si la temperatura exterior bajaba de -20ºC.
Mañana teníamos prevista la visita a un templo a las afueras de Leh. A ver cómo me levanto...
Ruta de la jornada
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