26 diciembre 2015

Kanawa y Bidadari, nuestra despedida del mar de Flores.


Eran las 3,45 cuando la tripulación ya estaba en pie con la intención de soltar los amarres y poner rumbo a nuestro siguiente destino.
Un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo cuando oí saltar al agua al cocinero para soltar el ancla que había quedado enganchada a unas cuerdas impidiendo su izado. No hacía excesivo frío pero acomodado en mi pequeño rinconcito en cubierta, al abrigo que me proporcionaba la pequeña manta con la que me cubría, la situación me resultaba al menos, desagradable. No me gustaría estar en el pellejo de nuestro compañero de viaje, empeñado en deshacer en el agua, el enmarañado embrollo que se había liado con el ancla.
Pero finalmente lo consiguió.


El ya familiar ruido del motor se puso en marcha para dar comienzo a la que iba a ser nuestra última travesía por aquellos mares. Aún era noche cerrada y todos nos resistíamos a abandonar los confortables niditos en los que dormitabamos.
Resistiendo al fresco viento de la noche, me tapaba la cara para tratar de dormir un poco más antes de que las primeras luces hicieran desaparecer la noche.


Ruta día-4.


Pero un amanecer indescriptible iba a poner un punto y aparte aquella mañana. Presumo de haber sido testigo de amaneceres y atardeceres increibles a lo largo de mis viajes pero lo que viví aquella mañana del 3 de Junio del 2015, no lo podré olvidar nunca.
Sería totalmente pretencioso por mi parte intentar describir algo tan maravilloso así que no voy a perder tiempo tratando de conseguir explicar algo que se escapa a mis posibilidades. Tan solo diré que la gama de colores que me obsequió aquel amanecer fue brutal, salvaje y extremadamente extraordinario. Ni tan siquiera las fotografías que tomé en esos momentos hacen justicia a un espectáculo tan grandioso.
Los colores y el aspecto de las nubes cambiaban a cada segundo y no podía dejar de disparar mi cámara ya que cada instantánea era completamente distinta a la anterior.
Durante casi una hora permanecí absorto sin poder apartar mis ojos de aquel espectáculo único y cambiante. No podría haber imaginado un mejor final a nuestro paso por aquel paraiso.








Habíamos llegado a la isla de Kanawa y la gente comenzaba a salir de sus habitáculos con ostensibles gestos de sueño en sus caras. Algún componente del grupo se aventuró a llegar hasta el pequeño hotel que se encuentra justo al lado de la playa y subió hasta una pequeña colina que ofrecía unas espectaculares vistas.






Teníamos curiosidad por conocer esta isla, una de las pocas donde podemos encontrar alojamiento y en la que estuvimos tentados de pasar nuestros cuatro días de aventura por el mar de Flores. Efectivamente Kanawa ofrece el alojamiento más asequible de la zona a pesar de que sus instalaciones son bastante básicas pero el entorno que le acompaña subsana estas carencias. Desde allí también se pueden hacer visitas a los alrededores en excursiones organizadas.
Finalmente nos decantamos por alquilar un barco para nosotros sólos y aunque Kanawa nos pareció un lugar con encanto, no nos arrepentimos de la decisión tomada.


Habíamos atracado en el pequeño embarcadero de madera que daba acceso a la isla y tras un potente desayuno nos tiramos al agua allí mismo buscando, como siempre, las zonas coralinas donde se concentraban mayor número de peces. Algunos pequeños tiburones nadaban junto al embarcadero sembrando cierta intranquilidad entre el grupo pero dado su reducido tamaño parecían no entrañar ningún peligro.




Eran los últimos momentos para sacar partido a la pequeña cámara acuática que una integrante del grupo había comprado para intentar grabar aquellos espectaculares fondos y en la que ya teníamos almacenados momentos memorables recopilados durante anteriores jornadas.
Pero no pudo ser, nuestra compañera no se fijó bien la cámara en la muñeca y al zambullirse en el agua desde el barco, se le escurrió. En un primer momento pensamos que no sería difícil encontrarla ya que no había mucha profundidad y había mucha gente para buscarla pero misteriosamente desapareció para siempre.
El incidente fue el único contratiempo durante nuestro periplo por aquellos mares y a pesar de que nos dio mucha pena perder todo lo que habíamos grabado, decidimos olvidarlo cuanto antes y seguir disfrutando del snorkel durante lo que nos quedaba de jornada.


En Kanawa también pudimos ver cantidad de peces y corales de todas formas y colores imaginables y no podíamos permitirnos el lujo de perder el tiempo lamentando ninguna pérdida. 

Durante casi dos horas nos sumergimos de nuevo en la soledad del mar tan solo acompañados de nuestro acompasada respiración y de los gestos del resto del grupo que avisaban de la presencia de una morena, un tiburón, un pez escorpión o un coral de formas y colores imposibles. Siempre descubríamos algo nuevo que no habíamos visto hasta entonces.
El tiempo corría de manera increible y había llegado la hora de subir al barco para acercarse hasta el último lugar que teníamos previsto visitar: la isla de Bidadari.
Esta isla, al igual que Kanawa, dispone de alojamiento pero sus precios son mucho más caros. Según nos comenta Vinsen, una habitación costaba alrededor de 200€ diarios.


Estamos agotando nuestros últimos instantes en el mar de Flores así que apenas el capitán echa el ancla, nos tiramos al agua para disfrutar de la última sesión de snorkel.
En esta zona posiblemente no haya tantos peces ni corales pero a base de moverte conseguimos encontrar zonas muy atractivas y algunos peces muy grandes. Es imposible no disfrutar a tope sea cual sea el lugar donde te sumerjas y a pesar de que llevamos ya 4 días haciendo prácticamente lo mismo, todos coincidimos al afirmar que podríamos estar allí muchos días más.
Muy a nuestro pesar parece claro que nada es eterno y ha llegado la hora de abandonar los hábitos anfibios de los últimos días para volver a tierra firme. Subimos al barco por última vez para degustar con calma la última cerveza a bordo mientras fijamos nuestras miradas en aquellas aguas transparentes infectadas de vida marina, tratando de grabarlas en nuestra memoria para recordarlas eternamente.






Tras comer a bordo, tomamos rumbo a Labuán Bajo donde nos despedimos de toda la tripulación que con su amabilidad y su buen hacer, contribuyeron a que nuestra estancia fuera memorable.
Vinsen nos acompañó hasta el aeropuerto a la vez que nos agradecía nuestra visita y se disculpaba por el cambio de barco a última hora pero en aquellos momentos ya casi habíamos olvidado el pequeño incidente. Habíamos pasado cuatro maravillosos días y el balance había sido muy positivo.
Eran algo más de las 4 de la tarde cuando todos mirábamos emocionados por la ventanilla del avión, aquel paraiso que habíamos disfrutado durante los últimos 4 días.
Animales prehistóricos, aguas prístinas, nubes de zorros voladores, bancos de peces multicolores y amaneceres jamás imaginados se entremezclaban entre nuestros recuerdos más recientes provocándonos una extraña sensación agridulce que parecía negarse a abandonarnos.
Pero el viaje continua....Bali nos espera.




2 comentarios:

Tawaki dijo...

Sigo alucinando en colores con este viaje. Eso si que es poner los dientes largos.

aitor dijo...

La verdad es que el mar de Flores es un auténtico paraíso. No me importaría nada volver ahora mismo por allí.... ;-))