Antes de amanecer ya estoy despierto pero teniendo en cuenta que llevo durmiendo desde ayer a las 8 de la tarde, se puede considerar que ha sido una buena cura de sueño.
Apenas las primeras luces del día iluminan la selva, vamos a buscar a nuestro otro compañero para salir a recorrer los senderos que se adentran en los bosques que rodean la hacienda.
Desde el balcón, vemos un agoutí en el jardín mientras los cantos de las aves rompen el silencio de la noche.
No son aún las 6 cuando salimos de los jardines de la hacienda para dirigirnos al bosque cercano. Numerosos agoutíes que aprovechan la tranquilidad existente a estas horas para alimentarse, huyen hacia la vegetación al percatarse de nuestra presencia.
Una pista ancha nos permite avanzar bastante rápido hasta llegar al primer sendero señalizado que se adentra en el bosque.
El zumbido de los minúsculos colibríes revoloteando a nuestro alrededor mientras caminábamos, nos acompañó durante todo nuestro recorrido. En principio pensamos que se trataba de algún tipo de insecto pero finalmente descubrimos que los responsables de aquel sonido, no eran otros que unos minúsculos colibríes casi imposibles de avistar.
Algún otro pajarillo también se deja ver aunque tampoco es que tengamos oportunidad de avistar demasiadas especies.
Tras una agradable caminata por la pista principal, llegamos al inicio del sendero número 1, por donde nos introdujimos en el interior del bosque con la intención de descubrir en la medida de lo posible, su flora y su fauna.
De pronto, los potentes cantos de unas aves nos pusieron en alerta. No sabíamos de qué aves se trataban pero la potencia de sus cantos revelaban que debían ser de un tamaño importante. Tras unos minutos oteando las copas de los árboles de donde procedían los cantos, finalmente descubrimos a sus protagonistas.
Un grupo de alborotadores tucanes alteraban la paz del bosque y al mismo tiempo, alegraban nuestro camino.
El descubrimiento de estas bellas aves de intensos colores y espectacular pico, suponía para nosotros la consecucción de otro de nuestros objetivos: avistar tucanes.
En este caso se trata del tucán del Chocó (Ramphastos brevis), un ave que habita en los bosques húmedos del noroccidente de Ecuador, en tierras bajas, hasta los 1.000 metros.
Con una longitud de casi medio metro y un peso que puede llegar al medio kilo, destaca por su bello colorido con tonos rojos, amarillos, blancos, verdes y su espectacular pico bicolor.
Además de frutos, también se alimenta de insectos y otros pequeños animales.
Tras 16 días de incubación, nacen los 3-4 pollos que permanecerán con sus padres durante 45-50 días.
A pesar de la abundante vegetación conseguimos verles bastante bien y hacerles numerosas fotografías y videos.
Proseguimos el sendero a través del bosque, eufóricos por la magnífica experiencia, hasta que una gran bromelia cayó a pocos metros de nosotros causando un gran estruendo y provocándonos un gran susto. Nos quedamos quietos, totalmente paralizados ante una amenaza que no sabíamos de dónde procedía. Cuando vimos la gran rama que sustentaba la bromelia que cayó desde lo más alto del bosque y tras unos segundos de reflexión, una risa nerviosa se dibujó en nuestras caras. Cuando nos vimos unos a otros nuestras caras desencajadas, las tímidas sonrisas se convirtieron en sonora carcajada. Realmente nos habíamos dado un susto de muerte y nos libramos por muy poco de un accidente cuyas consecuencias podían haber sido graves.
Por ahora ya vale de sobresaltos, salimos otra vez a la pista principal para volver poco a poco a nuestra habitación y acercarnos hasta la casa de la propietaria donde llenaremos nuestros vacíos estómagos antes de reanudar la jornada.
El desayuno no nos defraudó. Una gran copa llena de frutas distintas, café abundante, tostadas con mantequilla y mermelada casera, tortilla con queso, cebolla y tomate y una gran jarra de zumo natural nos ayudaron a recuperar las energías perdidas.
El desayuno se alargó bastante ya que nuevamente nos quedamos hipnotizados con los numerosos colibríes que acudían a los comederos que colgaban de la terraza donde nos encontrábamos. Resulta muy agradable desayunar con las agradables vistas al bosque en total silencio mientras los bulliciosos pajarillos revolotean a tu alrededor.
Durante el desayuno hablamos con la dueña de la hacienda y le preguntamos si habría algún problema por dejar nuestros equipajes en la habitación hasta que regresemos de nuestro próximo paseo por el bosque. Nos dice que no hay ningún inconveniente y cuando le decimos que nos gustaría llegar hasta la ruta 4, bastante alejada de allí, nos asegura que esa ruta es idónea para ver gallitos y que ayer mismo vieron un montón por allí pero que realmente está demasiado alejada, si debemos estar en la ciudad para tomar el autobús a las 17 horas.
De pronto, nos dice que le esperemos cinco minutos porque es posible que tenga la solución a nuestro problema.
Cuando vuelve nos dice que ha hablado con un trabajador de la hacienda que va a subir por la pista en un 4X4 para hacer unos trabajillos en unas instalaciones y que nos subirá en el coche hasta arriba del todo, donde comienza la ruta 4.
Eso es perfecto ya que nos evitará perder tiempo en llegar hasta arriba caminando y sólo tendremos que hacer andando el camino de vuelta.
Ahora sí, tenemos tiempo de sobra para recorrer las rutas que queríamos.
Diez minutos más tarde, nos encontrábamos a bordo de un viejo todoterreno que conducía un entusiasta y apasionado empleado de la hacienda, llamado Edgar. No sólo nos evitó perder tiempo subiendo andando sino que se convirtió en un inesperado guía y experto conocedor de la zona.
Mientras vamos subiendo en el coche, nos enseña los agujeros que hay en los taludes que flanquean la carretera y nos explica que se tratan de los nidos de los motmot, unas coloridas aves que abundan en la zona.
Nos dice que se alimenta de frutas y bromelias y que en muchas ocasiones, cuando se encuentran alimentándose de las bromelias, las ramas de los árboles ceden por su peso y caen desde gran altura. Automáticamente y al unísono, todos nos miramos recordando el incidente de esta mañana cuando una gran rama cayó de lo más alto del bosque.
Nunca lo sabremos pero lo cierto es que nos extrañó muchísimo que una rama pudiera caer sin más y sin correr la más mínima brisa. En fin...
Cuando llegamos al final de nuestro recorrido en coche, un extraño pájaro negro voló desde la pista al bosque. Edgar nos aseguró que se trataba de una especie bastante difícil de ver, muy codiciada entre los ornitólogos a causa de la peculiar corbata de plumas que exhibe el macho. En esta ocasión se trata de una hembra de Ave Toro pero nos dice que hemos tenido mucha suerte de verlo.
Nos despedimos del entrañable Edgar y comenzamos la ruta 4 para ir descendiendo poco a poco hasta llegar de nuevo a la hacienda.
Ave Toro |
No tenemos demasiada suerte con los gallitos de las rocas y aunque escuchamos a lo lejos sus peculiares e inconfundibles chirridos, no conseguimos llegar a ver ningún ejemplar.
Un grupo de pavas nos dieron otro buen susto al salir inesperadamente volando en medio de un gran alboroto. No llegamos a verlas bien debido al contraluz y a la densa vegetación existente pero nos dimos por satisfechos.
La ruta 3 nos llevó hasta un bonito mirador que ofrecía excepcionaless vistas tanto del bosque como del pueblo y desde donde pudimos avistar una gran bandada de escandalosas cotorras que surcaron el cielo, bajo nuestro mirador.
Ya no vimos nada más destacable a parte de algunas mariposas, espectaculares plantas y algún tímido tucán que sobrevoló nuestras cabezas en su camino al denso bosque.
Regresamos a la pista principal para volver hasta nuestras habitaciones y aprovechar para darnos una ducha antes de recoger todas nuestras pertenencias y abandonar la hacienda, no sin antes despedirnos de las amables propietarias.
En diez minutos estábamos en la estación de autobuses de Mindo, con el tiempo suficiente de comer algo antes de comenzar el viaje.
En un local frente a la estación, pedimos unas papas, una carmita, un sándwich, una hamburguesa, unos spagettis Alfredo, dos cervezas, dos zumos, café y te. A pesar de que la jornada nos había abierto el apetito, no fuimos capaces de acabar con el banquete que teníamos en la mesa, frente a nosotros. La cuenta ascendió a 33$, 10€ cada uno.
Había llegado la hora de comprobar la eficiencia y comodidad del transporte público ecuatoriano así que tras cargar el equipaje en el maletero y recibir un ticket con el número correspondiente para recogerlo a la llegada a Quito, subimos a nuestros asientos para arrancar con exquisita puntualidad, a las 5 en punto.
A lo largo del recorrido hicimos alguna parada para que bajara gente y montaran otros pasajeros, ocasión que no desaprovechaban algunos vendedores de fruta y queso para subir al autobús y ofrecer sus productos. Más adelante se subiría otro personaje que tras presentarse y contar su particular historia, nos ofreció todo tipo de artículos, desde relojes hasta colonias.
Poco después de atravesar la Ciudad Mitad del Mundo, llegamos a la estación de autobuses La Ofelia.
Son alrededor de las 19,15 y tenemos que ir a casa de nuestros amigos donde dormiremos esta noche.
Para ello tomamos un taxi tras comprobar que su matrícula es naranja y dispone del correspondiente taxímetro. Nos han insistido en que no tomemos el primer vehículo que nos ofrezcan y que desconfiemos de los taxis no legales.
Apenas pagamos 5$ por el trayecto desde el norte de la ciudad, donde se encuentra La Ofelia, hasta la casa de nuestros amigos, muy cerca del centro.
Ruta de la jornada:
En casa ya nos esperan y nos obsequian con una gran cena a base de productos y comidas, típicas del país.
Tras la exquisita cena, Melissa y Roberto nos invitan a conocer la capital de noche y aunque estamos bastante cansados por el madrugón y el viaje, no podemos resistirnos a conocer un poco el ambiente nocturno de la ciudad.
Nos desplazamos en el coche hasta un famoso local desde el que se observan excelentes vistas a la ciudad, El Mosaico, y probamos las bebidas típicas que los locales consumen habitualmente en este bar. Canelazos, vino caliente y otras especialidades de la casa, no faltaron en nuestra mesa mientras nos deleitábamos con las vistas nocturnas de Quito.
El frío de la noche se dejaba notar en la terraza al aire libre donde nos encontrábamos y como mañana tocaba madrugar de nuevo, abandonamos el local para volver a casa poco a poco.
Mañana ganaremos altitud para acercarnos hasta los alrededores del volcán Antisana, el tercero más alto de Ecuador.
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