No he dormido bien esta noche. Parece que la vuelta a Quito, a casi 3000 metros de altitud, no me ha sentado nada bien tras la estancia en Mindo, a una altitud bastante inferior.
Son alrededor de las 8 de la mañana y nuestros amigos ya nos han preparado el desayuno para no salir con el estómago vacío hacia nuestro próximo destino, la Reserva Ecológica Antisana.
Unos 60 kilómetros, que se traducirían en aproximadamente hora y media de viaje, nos separaban de nuestro alojamiento, el Tambo Cóndor.
RESERVA ECOLOGICA ANTISANA
Con sus 5758 metros de altitud, el volcán Antisana se erige como uno de los más altos de Ecuador, sólo por detrás del Chimborazo y el Cotopaxi.
Su cumbre, casi siempre cubierta por el blanco manto de la nieve, destaca en un desolador pero bello paisaje de páramos infinitos.
En el interior de la Reserva se pueden encontrar más de 400 especies de aves, 73 de mamíferos y 61 de anfibios y reptiles. Lobos, pumas, osos de anteojos, gatos andinos y otros muchos mamíferos habitan esta zona pero nosotros venimos tras las huellas de un ave emblemática: el Cóndor.
Otro de los atractivos del parque es la Laguna La Mica, de origen glaciar y responsable del abastecimiento de agua potable para la cuarta parte de la población de Quito.
Nuestro alojamiento en la zona será el Tambo Cóndor y para salvar los casi 60 kilómetros que nos separan desde Quito, dedicaremos cerca de hora y media en coche.
Sobre las 9 de la mañana, tras un rico desayuno, pusimos rumbo a un pintoresco alojamiento ubicado en la entrada a la Reserva de Antisana: Tambo Cóndor.
A partir de la localidad de Pintag, la carretera se complica un poco al llegar a una cantera donde explotan las rocas volcánicas, fruto de la última erupción del Antisana. El abundante tráfico de vehículos pesados que transportan el material extraído en la zona, dejan su inconfundible huella en una carretera que deja mucho que desear. Una vez pasado este punto, la carretera vuelve a ser aceptable.
En la misma carretera, a la izquierda, encontramos nuestro alojamiento. Bajando unos pocos metros, dejamos el coche en un pequeño parking junto al que se encontraba un coqueto restaurante.
Numerosos comederos de colibríes se encontraban repartidos por todos los rincones y ya comenzamos a observar que eran frecuentados por especies distintas a las que habíamos visto en Mindo.
Nos encontrábamos en un lugar apartado de todo pero con un encanto innegable.
Sabíamos que no muy lejos había un nido de cóndor y como había un telescopio en la terraza anexa al restaurante, nos pusimos a otear las paredes rocosas que teníamos frente a nosotros. No tardamos en descubrirlo.
Los dueños del local salieron a recibirnos y nos dijeron que dejáramos el equipaje allí mismo para bajarlo en un todoterreno más tarde hasta nuestras habitaciones.
Ante nuestra sorpresa inicial, nos dijeron que les siguiéramos para que nos enseñaran nuestro alojamiento.
Unos 300 metros más adelante, bajando una pequeña ladera, llegamos a un cañón donde una gran cabaña se encontraba literalmente suspendida en el aire mostrando unas vistas increibles a las paredes del cañón y a una pequeña laguna, más a la izquierda.
La cabaña contaba con dos pisos y en cada uno había varias habitaciones además de espacios comunes. No había nadie más alojado así que podíamos elegir las habitaciones que más nos gustaran. Yo no lo dudé y me quedé con la que ofrecía unas increibles vistas a través de sus enormes ventanales. Era como dormir en lo alto de un árbol sin paredes ya que unos enormes ventanales permitían una visión completa de los alrededores. Espectacular!!!
Tras un minucioso reconocimiento a cada estancia de la cabaña que iba a ser nuestra casa durante los dos próximos días, regresamos al restaurante. Nos habían bajado el equipaje hasta la puerta de la cabaña y cuando tuvimos que subir la pequeña cuesta que nos separaba del restaurante, entendimos el porqué.
Nos encontrábamos a unos 3500 metros de altura y cualquier esfuerzo físico, por mínimo que fuera, suponía un gran esfuerzo.
Llegamos al restaurante jadeando ante las risas de nuestros anfitriones.
Ya arriba, nos dedicamos a fotografíar un gran colibrí que resulta ser el colibrí gigante y otro con una cola larguísima. Un enorme cóndor que hace aparición en el horizonte nos hace cambiar nuestro objetivo para dedicarle toda nuestra atención. Resulta ser uno de los progenitores del pollo que se encuentra en el nido ubicado frente a nosotros.
Los dueños del restaurante nos dicen que un poco más arriba, en la carretera, hay un mirador desde donde podemos ver el nido con el pollo de tres meses en su interior.
Les comentamos que vamos a subir hasta allí y que luego volveremos para comer allí mismo el menú que ofrecen por 10$.
Cuando llegamos al mirador, tenemos la fortuna de que el macho llega al nido para dar de comer a su polluelo. Gracias a nuestros prismáticos y el telescopio, tenemos oportunidad de disfrutar de la escena a placer. Tras un buen rato observando la gran bola de plumas exigiendo su ración de comida y tratando de conseguir alguna foto decente a pesar de la distancia a la que nos encontramos, regresamos a Tambo Cóndor para degustar sus delicias gastronómicas.
Cuando llegamos, nuestra mesa ya está preparada. El menú consistía en unos entremeses para picar, seguidos por una rica sopa y un plato a elegir entre pollo, trucha o vaca y al que ponían punto final un postre y unos cafés.
Tras la agradable comida y el calorcito que desprendía la chimenea cercana, el sueño amenazaba con apoderarse de nosotros así que nos levantamos para dar una pequeña vuelta por los alrededores y espabilarnos un poco.
Pasamos de nuevo por el mirador donde nos encontramos a un ecuatoriano cantando acompañado por otra persona que se encontraba grabando la peculiar actuación en medio de un paisaje espectacular.
Seguimos caminando por la carretera y tuvimos ocasión de ver un cóndor volando a pocos metros de nuestras cabezas.
Las horas de luz estaban llegando a su fin y nuestros amigos, Melissa y Roberto, debían regresar a Quito. Era nuestra despedida definitiva ya que aquí se separaban nuestros destinos ; ellos volvían a su vida y deberes cotidianos y nosotros seguiríamos sólos de aquí en adelante, en nuestro periplo por Ecuador. Nos despedimos con la esperanza de volvernos a ver en un plazo de tiempo no muy lejano.
Continuamos nuestro paseo por la carretera hasta llegar al puesto de control que da acceso a la Reserva de Antisana donde pensamos introducirnos mañana con el objetivo de llegar hasta la laguna Mica. Nos sorprende el gran número de conejos que vemos por todos los sitios. El páramo esta atestado de conejos.
Era hora de emprender el regreso a Tambo Cóndor para evitar de que se nos hiciera de noche antes de llegar.
Eramos los únicos huéspedes alojados en el establecimiento por lo que los dueños nos dejarían sólos tras darnos de cenar ya que ellos abandonarían el lugar para ir hasta Pintag, donde tenían su casa.
Esta vez cenamos una ensalada y unas truchas con arroz y lentejas más un postre y una botella de vino que pedimos para probar los caldos del país.
A las 8 de la tarde estábamos ya en nuestra cabaña tomando un café en la terraza, mientras escuchábamos los curiosos e inquietantes sonidos de la noche.
Nos encontrábamos en una cabaña suspendida en el vacío, en un cañón de los Andes a pies del volcán Antisana, sin televisión, sin radio, sin coche y sin cobertura telefónica, a muchos kilómetros de la población más cercana. En pocas palabras, en soledad absoluta en mitad de la nada.
Y lo mejor era que estábamos muy a gusto.
Me tumbé en mi cama y durante muchos minutos me quedé hipnotizado viendo las paredes de roca iluminadas por la gran luna que lucía en lo alto de un cielo sembrado por miles de estrellas.
Mañana hemos quedado para desayunar a las 7:30 y salir sobre las 8 a explorar los alrededores con Vladimir, el dueño de Tambo Cóndor, que hará las funciones de conductor y guía en nuestro paso por el Antisana.
En principio, la jornada promete ser muy interesante.
Ruta de la jornada:
Capítulo anterior: Los senderos de Yellowhouse. Mindo
Capítulo siguiente: Explorando Antisana.
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