20 septiembre 2020

Viajar en tiempos de covid -2. Galicia I


Aprovechando que a mediados de Julio ya se nos permitía salir un poquito más lejos de casa y a raiz de disponer de una semanita libre, nos dispusimos a visitar uno de mis lugares favoritos de toda la península ibérica : Galizia.
Bellos paisajes, rutas espectaculares, gastronomía incomparable.....¿ qué más se puede pedir ? 
Aún a día de hoy, cada vez que digo que me voy a Galizia, hay quien me mira con gesto dubitativo y me hace el típico comentario : " si no lloviera tanto...."
Indudablemente, si visitas la zona más septentrional, el riesgo de lluvias aumenta pero en zonas como las Rías Baixas, mi experiencia personal me dice que la climatología suele ser fabulosa. De hecho, he viajado a esta zona en numerosas ocasiones y sólo me llovió una vez y fue en pleno invierno.
Esta vez me apetecía alojarme en algún sitio tranquilo a orillas del mar y como no tenía ninguna preferencia, me decidí por un enclave al sur desconocido para mí, cerca de la frontera portuguesa : A Guarda.
Tomamos la decisión apenas una semana antes del viaje por lo que no quedaban demasiados alojamientos libres en la localidad. Al final dormiríamos en el Hotel Monasterio San Benito, un antiguo monasterio fundado en 1558 y hoy remodelado y salpicado de cuadros y libros antiguos expuestos en acogedores salones. Ubicado a escasos metros del mar y con unas habitaciones amplias y acogedoras, nos proporcionó la tranquila y relajada estancia que buscábamos.
 
 



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A Guarda
También conocida como La Guardia, esta localidad es la más meridional de toda Pontevedra. El río Miño actúa como frontera natural entre España y Portugal y un transbordador permite trasladarse de un país a otro sin mayor problema.
Ubicada a pies del monte Santa Tegra, cuenta con algunas pequeñas playas en el mismo núcleo urbano aunque prácticamente desaparecen al subir la marea. 
En la desembocadura del Miño también existen arenales que poseen la particularidad de contar con agua dulce cuando baja la marea y ser de agua salada cuando ésta sube.
A nuestra llegada pudimos comprobar que a veces la niebla se apodera de la parte baja del pueblo, resistiéndose a abandonarla. Curiosamente, se da la circunstancia de que en ocasiones basta con subir a la parte alta del pueblo para disfrutar de un sol radiante.
 
Tras alojarnos en el Hotel S.Benito, salimos a conocer la zona portuaria de esta acogedora localidad gallega.
Un paseo a orillas del mar, por una calle repleta de restaurantes que ofrecen los manjares típicos de estas tierras gallegas, nos sirvió para tomarle el pulso a este coqueto pueblo pesquero. Desde una terraza ubicada en un lugar privilegiado desde donde se divisa todo el pueblo, nos tomamos una cerveza mientras una extraña nieblina procedente del mar se iba adueñando del lugar.
Sin apenas darnos cuenta, el radiante y soleado día se transformó en un triste escenario gris en el que apenas se veía más allá de 20 metros. 
Por fortuna tuvimos tiempo de disfrutar de la jornada hasta que decidimos que era hora de probar los manjares gastronómicos del lugar.
Apenas habíamos comido durante el viaje y aunque no suelo cenar demasiado, no dudamos en entrar a uno de los locales para degustar unos pimientos de Padrón, unos percebes y unas zamburiñas. Para cenar era más que suficiente.
Tras la deliciosa cena volvimos al hotel para tratar de descansar del largo viaje realizado.
 
 


 
A la mañana siguiente cuando me asomé a la ventana, pude comprobar que la niebla seguía siendo la triste protagonista de la jornada, amenazando con dedicarnos un fresco y gris día de verano.
Bajamos a desayunar a la zona del claustro, donde el covid había transformado nuestro buffet en un desayuno servido por una empleada del hotel. Abundantes dulces y tartas llenaban una gran mesa repleta de comida.
Comentando con la empleada del hotel la triste climatología de la jornada, ésta se apresuró a asegurarnos que la niebla desaparecería en cuanto subiéramos unas calles arriba. Nos extrañó tal afirmación pero posteriormente tuvimos ocasión de comprobar que lo que nos dijo era cierto.
 
 
 

 

A lo largo de los seis días que permanecimos en la localidad, dedicamos nuestras jornadas a pasear por el pueblo,  a subir hasta Santa Tegra para empaparnos con su historia y deleitarnos con sus vistas, a realizar alguna ruta a pie por los alrededores aprovechando el Camino de Santiago portugués, a recorrer los relajantes caminos que bordean el río Miño y a realizar una pequeña excursión a los Molinos de Folón y Picón.
Una agradable estancia perfectamente condimentada gracias a las extraordinarias experiencias gastronómicas que tuvimos ocasión de disfrutar y a unas espectaculares puestas de sol que indefectiblemente pusieron el broche final perfecto a cada jornada. Inolvidables.








santa Tegra. ( Santa Tecla )
Son muy pocos los visitantes que se acercan hasta A Guarda y no ascienden a Santa Tegra. Solamente las vistas que ofrecen al pueblo y a la desembocadura del Miño, ya justifican la subida.
Pero es que además te permitirá admirar un asentamiento humano que se remonta al siglo V a.c y que recibían el nombre de castros. Es éste uno de los mejores conservados de toda Galizia aunque sólo se ha excavado una pequeña parte de las aproximadamente 20 hectáreas de extensión que se le calcula. A pesar de todo, se pueden apreciar perfectamente las formas de sus construcciones y la organización de las mismas, conformando un poblado en el que se dice que llegaron a vivr 5000 personas. Una visita, sin duda obligada, bien sea a pie o en coche. 
 
 








 
 
Ruta a pie a Oia. Camino de Santiago portugués
Durante nuestra estancia en A Guarda, no perdimos la oportunidad de hacer una etapa del Camino Portugués por la costa. 
Haremos a pie los aproximadamente 14 kms que separan Oia de A Guarda.
El camino no tiene pérdida ya que además de estar bien señalizado, discurre paralelo al mar ofreciendo unas relajantes y bellas vistas. Algunos tramos discurren a través de la carretera.
Nos tomamos la ruta con calma sacando numerosas fotografías y disfrutando del paseo como se merecía. Tardamos algo más de tres horas en cubrir la distancia, llegando a Oia con el tiempo justo de tomarnos una cerveza antes de comer para recuperar las energías perdidas.
Una vez más no pudimos resistirnos a una de nuestras debilidades gastronómicas y acabamos pidiendo una ración generosa de percebes acompañados de una ensalada y un sargo al horno. De nuevo, todo riquísimo, incluido el vinito blanco con el que acompañamos la comida.
Tras la comida nos acercamos a la joya más preciada de Oia :el monasterio cisterciense de Santa María de Oia del siglo XII. 
No pudimos visitarlo ya que las visitas están restringidas y no quedaban plazas libres para esa tarde así que ni cortos ni perezosos, decidimos hacer el camino de vuelta andando. Habíamos pensado regresar en autobús pero animados por los efluvios del Ribeiro, decidimos desandar nuestros pasos. 
La vuelta se hizo un poco pesada pero esta vez en menos de tres horas, estábamos de nuevo en casa.
 






 
Ruta a pie a Sálcidos
Otra bonita ruta que se puede hacer en esta zona, es la que te lleva hasta la localidad de Sálcidos. Partiendo de nuestro hotel y siguiendo siempre la orilla del mar, dejándolo a la derecha, cruzas el pueblo y avanzas hasta la punta para llegar hasta la desembocadura del Miño mientras vas viendo a los percebeiros en la lejanía, arrancando de las rocas esos trocitos de mar tan deliciosos.
Ahora la ruta continúa paralela al Miño, sucediéndose las playas y con tierras portuguesas al otro lado del río.
A las playas y las rocas les sigue una zona de juncos donde con un poco de suerte y si estás en el momento propicio, podrás observar numerosas especies de aves marinas. Durante mi visita sólo pude ver a lo lejos un grupillo de espátulas. Hay un mirador preparado para la observación de aves.
Una vez te adentras al interior, no tardas en llegar a Sálcidos desde donde apenas te separan dos kms de A Guarda.
Un bonito paseo que hicimos relajadamente en tres horas.
 





 
 
 
Molinos de Folón y de Picón
Declarados como bienes de interés cultural por la junta de Galizia, este conjunto de molinos se erigen como otra interesante visita desde A Guarda.
Ubicados en O Rosal, constan de un total de 60 molinos de los cuales 36 discurren a lo largo del río Folón y el resto a lo largo del río Picón.
Los más antiguos se remontan al siglo XVIII y como principal característica se puede destacar su posicionamientos uno bajo el otro, encadenándose a lo largo de la ladera del monte Campo do Couto, aprovechando el caudal de estos pequeños riachuelos.  De esta manera, no sólo era un molino el que aprovechaba  la fuerza del agua al deslizarse por la ladera sino que numerosas construcciones se beneficiaban de ella.
Se trata de una interesante visita que ofrece vistas privilegiadas del valle y un viaje al pasado que invita a pensar en la frenética actividad que se desarrollaría allá por el año 1702 cuando hombres y animales trasladarían hasta allí maíz, trigo y centeno para producir la harina que posteriormente consumiría la población de la zona.
Eso sí, lleva buen calzado, agua y protección para el sol porque cuando éste aprieta, te hará sudar la gota gorda. De hecho, junto a algún molino todavía se puede apreciar la existencia de los antiguos abrevaderos y comederos para los animales que transportaban el grano y posteriormente, la harina.
 
 





 

En resumidas cuentas, éstas fueron nuestras principales visitas por A Guarda y sus alrededores, por supuesto sin olvidarnos de los deliciosos momentos que nos brindaron los variados y exquisitos manjares gastronómicos que brindan estas maravillosas tierras gallegas....

 


 
 


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