Asturias está repleta de bellos rincones y preciosas aldeas a lo largo de su geografía. En esta ocasión hablaré de uno de sus pueblos costeros más conocidos: Cudillero.
Ubicado en un agreste barranco forjado a lo largo del tiempo por el río Piñera, sus edificaciones se suceden a lo largo de sus laderas hasta desembocar a orillas del mar dando lugar a un pintoresco retrato que da cobijo a sus 5000 habitantes.
Son multitud los turistas que se acercan hasta esta localidad marinera para disfrutar de su peculiar orografía y cómo no, de sus delicias gastronómicas.
Pulpos,
calamares, percebes, sargos, lubinas, bonitos y pixines ( rape ), son
tan sólo algunos de los numerosos manjares que tendrás ocasión de probar
en esta localidad pesquera.
Numerosos restaurantes se agolpan en la parte baja del pueblo ofreciendo al visitante los mejores productos del mar. Eso sí, durante la temporada alta y los fines de semana, más vale que reserves con antelación si no quieres verte obligado a esperar largas colas para poder sentarte en sus mesas.
Por todo ello, para disfrutar a tope de estos bellos lugares siempre es mejor visitarlos fuera de estos momentos.
Pero el concejo de Cudillero encierra muchos otros rincones acreedores de merecer una visita más detenida y minuciosa.
Había estado varias ocasiones en Cudillero pero todas ellas se habían reducido a visitar su aldea costera, tomar unas sidrinas y degustar apaciblemente algún producto de la tierra pero en esta ocasión decidí alojarme a las afueras del pueblo marinero, en la localidad de Santa Marina, dispuesto a descubrir algunos de estos rincones que lo rodean.
Mi primera visita, como no podía ser de otra manera, fue acercarme a la villa de Cudillero para dar buena cuenta de alguno de los platos típicos del lugar pero el hecho de encontrarnos en agosto, deslució bastante la visita.
Aparcamientos abarrotados y restaurantes colapsados ante la avalancha que se les venía encima, eran cuestiones que empañaban los pasados recuerdos de mi paso por Cudillero.
Ya había olvidado lo que significa ir de vacaciones en Agosto, un mes que siempre trato de esquivar al máximo pero que las actuales circunstancias me han impedido en esta ocasión.
Una vueltilla por los miradores y las estrechas callejuelas dieron paso a una agradable comida cuando ya estábamos a punto de darnos por vencido. Efectivamente, tras recibir la negativa más rotunda en varios locales que preguntamos sobre la posibilidad de comer allí, encontramos una mesa en uno de los últimos restaurantes del pueblo cuando nos disponíamos a abandonarlo.
El restaurante La Parra, justo a la entrada del pueblo, iba a ser el encargado de saciar nuestro apetito. Unos calamares, una ensalada y unos pescados pusieron el broche final a la mañana. El pixín, un gran rape que pesaba más de un kg, que tuve ocasión de devorar, estaba exquisito y en su punto perfecto.
Acabamos saciados y con el estómago lleno por lo que decidimos mover un poco las piernas para hacer la digestión.
Abandonamos el abarrotado pueblo en busca de parajes más tranquilos y relajados por lo que nos acercamos a nuestro alojamiento, la pensión Prada en la localidad de Santa Marina, para hacer una ruta hasta la Playa de las Sirenas más conocida como playa Gueirua.
PLAYA GUEURIA
RUTA DESDE SANTA MARINA
Se trataba de una breve caminata que partía desde la pensión bar Gayo, justo al borde de la carretera.
En apenas media hora de descenso llegaremos a una pequeña cala a la que se accede a través de un buen número de escalones que finalmente desembocan al nivel del mar.
Hay que advertir que en marea alta la cala se ve invadida casi en su totalidad por el mar por lo que es aconsejable acercarte en las horas más próximas a la bajamar si quieres disfrutar plenamente de ella.
Las vistas son fantásticas, resaltando a nuestra derecha unas afiladas rocas que emergen del mar conocidas como La Forcada, justo frente a la vecina playa del Calabón.
Mientras bajábamos las escaleras que dan acceso a la cala, unos turistas ingleses nos comentaron que habían visto una foca en los alrededores e incluso nos enseñaron una foto hecha con su móvil aunque bastante lejana.
Abajo, un pescador atesoraba un buen número de sargos en la cesta. Nos explicó que hacía algún tiempo, unas escaleras permitían el paso a la playa del Calabón pero un fuerte oleaje la destruyó. En la actualidad hay una cuerda para uso de los más aventureros.
Durante un buen rato permanecimos disfrutando de la paz y las vistas que ofrecía aquel escondido rincón a la vez que vigilábamos la superficie marina en busca de la famosa foca de la que nos habían hablado. Una vez más, el veterano pescador nos aclaró que no se trataba de una foca sino de un grupo de nutrias que se estaban dejando ver desde hace algún tiempo. No tuvimos fortuna y no conseguimos verlas...
Nos despedimos del pescador y emprendimos el camino de vuelta que nos iba a hacer sudar ya que esta vez el trayecto sería de subida continua.
Nuestro alojamiento nos aguardaba muy cerca de la carretera.
Un elegante edificio de estilo colonial cuya historia nos explicó la dueña de la pensión, albergaba unas habitaciones pequeñas y descuidadas pero que resultaron suficientes para pasar la noche; no había sido nada fácil encontrar un sitio para dormir en estas fechas.
La amabilidad de la propietaria nos hizo sentir como en casa mientras nos contaba que un hombre de la zona se fue a hacer las américas, consiguiendo hacer dinero. A su regreso construyó esta enorme casona porque deseaba tener muchos hijos pero para su desgracia no consiguió tener ninguno.
Más tarde, la familia de la actual propietaria compró esa casa que aún mantiene ese típico encanto de las casonas coloniales aunque su interior necesita una importante remodelación.
Tras una reconfortante ducha decidimos poner rumbo a la playa de la Concha de Artedo para cenar algo en Casa Miguel, a orillas del mar.
Es conveniente, si no conoces la zona y te vas a dejar guíar por el GPS, que pongas como dirección final el aparcamiento de la playa Concha de Artiedo y no Casa Miguel porque si haces esto último, te llevará por una estrecha carretera que te pondrá en un apuro en el caso de cruzarte con algún coche.
El sitio tiene bastante encanto durante las templadas noches estivales y afortunadamente pudimos sentarnos en una mesa sin haber reservado previamente.
Unos calamares, unos mejillones, un poco de pulpo y unas zamburiñas fueron suficientes en esta ocasión para complacer nuestras necesidades.
La tranquilidad del lugar y el acompasado sonido de las olas rompiendo bajo nosotros, pusieron el broche final a la jornada.
Ruta a Playa Geirua
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