Habíamos sobrevivido a la primera noche en Ulley. No hay termómetros en la casa ni en el exterior pero si se cumplían los pronósticos que habíamos visto en nuestros teléfonos los días anteriores, llegaríamos hasta los 20ºC bajo cero.
A pesar de todo ello, no pasé frío en absoluto durante la noche. Incluso me sobró la bolsa de agua caliente que nos dieron antes de retirarnos a nuestras habitaciones.
Cuando me dispuse a retirar la cortina de la ventana para ver qué día hacía, ésta se encontraba pegada al cristal a través de una fina capa de hielo. No lo podía creer...
Cuando conseguí correr la cortina, un luminoso cielo azul se mostró ante mis ojos anunciando otro espectacular día.
Mis dos compañeros ya se encontraban oteando las montañas en busca de los anhelados gatos a través de sus telescopios, desafiando las bajísimas temperaturas existentes.
El anuncio de que el desayuno estaba listo, fue la excusa perfecta para reunirnos todos en el salón e intentar entrar en calor mientras dábamos buena cuenta del desayuno.
Mientras tanto, nuestro guía nos explicó cual sería nuestra estrategia durante los próximos días para tratar de avistar al Leopardo de las Nieves.
Nos explicó que numerosos rastreadores salían a la montaña antes de amanecer, desde distintos puntos del valle, tratando de buscar rastros recientes del leopardo. Su único objetivo era descubrirlos y avisar a través de sus "walkies" a los guías para acudir lo más rápido posible hasta la zona donde los habían descubierto.
Pero hasta que no recibiéramos noticias, nuestro guía insistía en permanecer en los exteriores de nuestra casa ya que aseguraba que era un excelente lugar para avistar al leopardo e incluso al lobo tibetano, entre otros muchos animales.
De cualquier forma, si en unas horas no veíamos nada ni recibíamos noticias, saldríamos en su busca a las zonas habituales por las que se mueven.
Como ya he comentado, no soy de los que aguanta demasiado con el ojo pegado al telescopio y menos soportando gélidas temperaturas pero mis compañeros no dudaron en volver a intentarlo en cuanto desayunaron.
Confieso que yo soy más de coger mi cámara y unos prismáticos y pasear relajadamente confiando en que la fortuna me depare alguna agradable sorpresa así que tras permanecer un rato con mis compañeros, me di un paseo por los alrededores. Aparte de los inhóspitos y desoladores paisajes, tengo que reconocer que no encontré el menor indicio de vida silvestre. Tan sólo en las inmediaciones del alojamiento, algún pajarillo y las tímidas perdices nivales, amenizaban el lugar con sus cantos.
Los cilindros de oración frente a la puerta de casa giraban pausadamente, no sé bien si fruto de los efectos del viento o de la mano de alguno de nuestros anfitriones. En la cultura tibetana, los giros de estos molinillos tienen la función de provocar la circulación de la energía de los mantras que contienen para bendecir a todos los seres vivos.
Cuando volví para reunirme con mis compañeros, me confesaron que no habían visto más que algún águila sobrevolando las montañas y alguna cabra muy lejos, en las escarpadas laderas de las montañas.
Alrededor de las 11, y ante la ausencia de noticias, nuestro guía decidió que había llegado el momento de buscar por nuestra cuenta al " Fantasma del Himalaya ".
Cargamos telescopios y cámaras a los coches y salimos hacia algún destino desconocido para nosotros, en busca de nuestro objetivo.
Visto el poco éxito de las "esperas" desde los alrededores de nuestra casa, agradecimos la idea de movernos por la zona con el propósito de explorar otros lugares. La luminosidad del día y los efectos de los rayos de sol sobre la nieve, nos permitieron disfrutar de los sobrecogedores paisajes y transitar por las pistas sin demasiados problemas ya que afortunadamente el hielo y la nieve no dificultaron nuestro paso.
El hecho de recorrer aquella zona y explorar un territorio tan singular ya suponía toda una aventura pero nuestro objetivo era descubrir al "fantasma".
Fueron varios los puntos donde nuestros conductores pararon para montar los "teles" y permanecer un buen rato escudriñando cada rincón, tratando de descubrir la fauna del lugar.
Suponemos que los puntos elegidos serán aquellos por donde los gatos se mueven con más asiduidad pero lo cierto es que no tuvimos demasiada fortuna.
Tan sólo se dejaron ver algunas de las presas habituales del ansiado gato. Bharales, cabras montesas, argalis tibetanos y uriales, algunos muy lejanos tan sólo visibles a través de nuestros teles, buscaban comida entre las áridas tierras del hostil hábitat donde viven.
Su relajado comportamiento parecía indicar que ningún depredador amenazaba su seguridad. Una excelente noticia para ellos y no tanto para nosotros.
En cada parada nos ofrecen te caliente y algunos dulces para tratar de mitigar los efectos que el frío y la altitud pudieran provocar a unos maltrechos cuerpos, totalmente inadaptados a estas condiciones tan adversas.
Cuando llegó la hora de comer, una camioneta proveniente de nuestro alojamiento trajo consigo los víveres necesarios para recuperar las energías gastadas durante la jornada.
El sol brillaba en lo más alto, lo que nos permitió disfrutar de la comida aire libre, cómodamente sentados mientras contemplábamos las imponentes vistas que nos rodeaban por completo.
Tras el breve descanso, proseguimos con la ardua tarea que nos había traído hasta aquí: la búsqueda del leopardo de las nieves.
Son pocos los asentamientos humanos existentes en estos escondidos valles pero cada vez que veíamos alguno, nos hacíamos conscientes de la increíble capacidad de adaptación que tiene el ser humano para lograr progresar en condiciones tan adversas. El mero hecho de pensar lo duro que debía ser pasar los inviernos en este rincón del planeta, me ponía los pelos de punta.
Las omnipresentes banderitas tibetanas, con sus enigmáticos mensajes impresos, añaden un halo misterioso y místico a los lugares por los que nos movemos.
Las banderas de oración tibetanas representan una expresión visual de las prácticas y creencias budistas en el Tíbet. Estas telas vibrantes, adornadas con mantras y símbolos sagrados, juegan un rol esencial en la vida diaria de los habitantes de este rincón del mundo, llevando sus plegarias y aspiraciones al ámbito espiritual y fomentando la armonía y el equilibrio en el universo.
Las horas iban pasando y todo parecía indicar que a pesar de que el buen tiempo invitaba a pasear, el lindo gatito, no pensaba lo mismo y no estaba dispuesto a dejarse ver.
Finalmente nuestro guía se dio por vencido y decidió poner fin a la jornada por lo que desmontamos todos los telescopios y emprendimos la vuelta al hogar.
Cuando llegamos, las luces del día comenzaban a dejar paso a la oscuridad de la noche y la temperatura comenzaba a caer vertiginosamente. Era hora de asearse un poco, limpiar cámaras y teles y disfrutar de la agradable temperatura existente en el salón, donde la chimenea funcionaba a pleno rendimiento.
Una vez que finalizamos todas las tareas de obligado cumplimiento y puestas a cargar todas las baterías para tenerlas listas para mañana, era hora de ponerse ropa más cómoda y reunirnos en el salón.
Allí comentábamos los mejores momentos del día y cambiamos impresiones con la pareja de fotógrafos de naturaleza canadienses que se alojan con nosotros.
Una enorme tetera llena de agua descansa sobre la estufa de leña para, después de hervir durante un buen rato, verterla en unos depósitos de metal que nos proveen de agua las 24 horas. Nos viene bien para preparar infusiones que están a nuestra disposición en el salón pero la costumbre de utilizar ese agua también para beber, es algo a lo que no me acostumbro. De hecho, intento siempre llenar una botella para dejarla enfriar y disfrutar de un rico trago de agua fresca.
La cena pone fin a la jornada y lo cierto es que agradezco que la comida no sea tan picante ni especiada como en la India. Incluso nos sorprenden con una buena ración de patatas fritas que devoramos con pasión. Qué placeres tan extraordinarios...
No hay tiempo para más. Sin televisión, sin cobertura, sin wifi y con temperaturas extremas en el exterior, sólo nos queda admirar desde los ventanales del salón el espectacular cielo estrellado, antes de retirarnos definitivamente a nuestros aposentos.
Mañana continuaremos con nuestra particular quimera: avistar un fantasma.
Ruta de la jornada
Video de la jornada
Capítulo anterior: De Leh a Ulley
Capítulo siguiente: En busca del Leopardo de las Nieves ( II )
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