Tras una plácida noche, a pesar de que un ligero dolor de cabeza se empeñó en recordarme la altitud a la que me encontraba, me volví a despertar con la luz de la mañana. Al descorrer la cortina, ya no me sorprendió la capa de hielo formada sobre el cristal de la ventana, pero sí me asombró contemplar otro cielo azul completamente despejado, sin una sola nube a la vista. Parecía mentira que nos encontráramos en el Himalaya en pleno invierno.
Al igual que ayer, mis compañeros ya se encontraban oteando el horizonte en busca de signos de vida. Yo preferí desperezarme más lentamente antes de salir al exterior y darme el paseíto matutino por los alrededores. Poco a poco parecía que me encontraba mejor y ya no me fatigaba tanto al andar.
Repetimos la estrategia de ayer, permaneciendo cerca del alojamiento mientras los guías se afanaban buscando fauna a través de sus teles, esperando que algún rastreador avistara algún leopardo y diera la voz de alarma pero una vez más, no hubo tal noticia.
Tras desayunar e insistir un rato más, los guías decidieron de nuevo montar en los vehículos y trasladarnos a otros lugares.
Los sitios elegidos fueron los mismos que ayer por lo que supusimos que eran éstos los mejores para tratar de avistar leopardos pero lo único que logramos ver, fueron íbices y ovejas azules o bharales.
Pero esta vez ocurrió algo que iba a alterar la tranquilidad del grupo. Nos encontrábamos en un punto que ya habíamos visitado ayer y que contaba con unas excelentes vistas a un ancho valle. Teníamos los teles montados y una calma total que no parecía presagiar ninguna sorpresa. Nuestros guías sacaron unos tes calientes y unas galletas, tratando de amenizar un poco el momento y de paso, calentarnos un poco en medio de aquella gélida atmósfera.
De pronto, un " walkie " sonó y aunque nadie entendió ni una palabra de lo que dijeron, la actitud de nuestros guías revelaba que algo interesante pasaba en algún lugar.
Rápidamente recogieron los termos de te, los dulces y los teles y nos mandaron montar en los coches.
Absolutamente nadie sabía qué pasaba pero todos queríamos pensar que algún leopardo se había dejado ver.
Durante casi media hora, los coches " volaron " por unas pistas pedregosas flanqueadas por unos precipicios que ponían los pelos de punta. La sensación era extraña; por un lado, la emoción por la posibilidad de ver un leopardo nos hacía desear llegar lo antes posible al destino pero por otro, moverse a esas velocidades por aquel terreno, provocaba un temor ineludible.
Cuando vimos un montón de coches parados a lo largo de la pista, tuvimos la certeza de que habíamos llegado. Efectivamente habían visto un leopardo durante unos instantes dirigiéndose hacia la izquierda por la ladera de una montaña pero hacía ya rato que lo habían perdido de vista.
Montamos los teles y nos unimos al equipo de búsqueda del gatito pero después de un buen rato con resultados infructuosos, llegamos a la conclusión de que no estaba ya por allí.
Los guías decidieron comer allí mismo, con la esperanza de que el leopardo se hubiera guarecido en algún recoveco y en algún momento volviera a aparecer.
Mientras comíamos, maldecíamos la mala suerte que habíamos tenido al decidir ir a otro lado en lugar de haber tomado esta dirección ya que aquí estuvimos también ayer, pero esto es así.... unas veces se acierta y otras no.
Justo estábamos acabando de comer, cuando los guías comenzaron a recoger todo apresuradamente, lo que nos puso en guardia y nos levantamos inmediatamente pensando en que el leopardo había parecido pero no, lo que pasaba es que lo habían localizado no lejos de aquí.
Otra vez a los coches sin tiempo ni de desmontar los teles y vuelta atrás por donde habíamos venido. De nuevo unos coches parados y varias personas mirando fijamente por sus teles, parecían anunciar que esta vez llegábamos a tiempo.
Salimos de los coches corriendo y plantamos los teles inmediatamente en la dirección a la que todos miraban.
Nos decían que estaba allí tumbado pero éramos incapaces de verlo. Cuando descubrimos el rincón donde se encontraba, no podíamos creer que alguien hubiera podido descubrirlo. Estaba lejos sí, muy lejos pero es que además estaba inmóvil entre unas rocas que yo había recorrido a través del tele un montón de veces sin verlo. Tan sólo una vez que levantó su cola, fui consciente de que allí había un leopardo de las nieves.
La emoción es indescriptible. El Fantasma del Himalaya acababa de ser descubierto. Cada vez que movía las orejas o erguía su cabeza, los allí presentes lanzábamos grititos de emoción.
Pero de pronto alguien dijo que había otro leopardo un poco más abajo, entre las rocas. No podía ser....dos?
Estaba a 6-8 metros del otro pero nadie lo había visto, lo que demostraba la dificultad de descubrir a estos animales que se camuflan perfectamente en el terreno.
Durante muchos minutos permanecimos observándolos hasta que uno se levantó, subió por las rocas hasta donde se encontraba el otro, se hicieron unas carantoñas y desaparecieron tras las rocas.
Fueron unos momentos preciosos durante los que pudimos observar a los dos animales en todo su esplendor, interactuando entre ellos.
Pensamos que ya los habíamos perdido pero algún rastreador no tardó en volver a localizarlos.
Durante más de dos horas estuvimos siguiendo el rastro de la pareja de leopardos, admirando cómo se movían por las laderas de la montaña y por lo más alto de sus cimas.
Pudimos verles caminando, correteando y jugando entre ellos en medio de gritos de admiración de todos los que tuvimos la fortuna de compartir esos mágicos momentos con los que nos obsequiaron.
Las distancias a la que los pudimos ver fueron importantes pero los teles nos permitieron disfrutarlos plenamente. Para hacer fotos se necesitan grandes teleobjetivos y trípode pero nosotros confiábamos en haber conseguido al menos unos segundos de video decentes a través de nuestras cámaras. No esperábamos gran cosa pero al menos tendríamos un recuerdo.
La tarde se nos echaba encima y la temperatura bajaba por momentos así que era el momento de regresar a los alojamientos. Todos los allí presentes teníamos una gran sonrisa en nuestros rostros.
Nos despedimos celebrando el éxito de la jornada y cada uno nos dirigimos a nuestro alojamiento. La pareja de fotógrafos que se alojaba con nosotros también estaban allí. Había sido un avistamiento tan duradero que había dado tiempo a todos a llegar. Todo un éxito.
Aquella noche, la cena nos supo aún mejor. No podíamos parar de comentar los momentos vividos a lo largo de una jornada que había conseguido que cumpliéramos con el objetivo principal de nuestro viaje. Y además, por partida doble.
Era hora de irse a la cama e intentar soñar con lindos gatitos....
Ruta de la jornada
Video de la jornada
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