Como de costumbre, nuestro viaje comienza con el primer avión que despega del aeropuerto. Por alguna extraña razón parece que este vuelo enlaza con todos nuestros destinos sean éstos africanos, asiáticos o americanos.
En esta ocasión, al facturar nuestro equipaje nos comentan que éste no irá a nuestro destino final, Vancouver sino que lo deberemos recoger en Montreal para pasar el control de equipajes canadiense. Nos suena extraño así que al llegar a Bruselas, donde hacemos la primera escala, nos acercamos hasta nuestra puerta de embarque para verificar que el pasaporte está en regla y disponemos de la autorización de entrada al país, la ESTA. Tras verificar que todo está en orden, preguntamos si debemos recoger nuestro equipaje cuando entremos en Canadá o en nuestro destino final. Allí nos aseguran que nuestro equipaje irá hasta el destino final.
A las 11 de la mañana despegamos rumbo a Montreal y tras 7 horas de viaje aterrizamos en el aeropuerto canadiense. Apenas tenemos una hora para pasar los controles, localizar nuestra puerta de embarque y desplazarnos hasta allí. A todo ésto, no tenemos claro aún si debemos coger nuestro equipaje o no pero si es así, tememos que podemos perder nuestro vuelo.
Al aterrizar salimos todo lo rápido que podemos pero hay una cola importante en la zona de control. Le comentamos a un empleado que andamos justos de tiempo y al enseñarle nuestro billete, accede a colarnos y ante nuestra pregunta de si debemos recoger nuestro equipaje al salir, nos asegura que no, que debemos embarcar directamente ya que el equipaje irá a Vancouver.
Lanzamos un suspiro de alivio y salimos a toda velocidad hacia la puerta 1 desde donde sale nuestro vuelo. Cuando llegamos, los pasajeros ya están embarcando.
Nos quedan aún 5 horas de viaje durante las que atravesaremos norteamérica de este a oeste. El hecho de hacerlo de día y sin nubes, nos permite disfrutar de un interesante viaje. El GPS que podemos ver en nuestro monitor, nos ayuda a saber en todo momento la zona que sobrevolamos. En un primer momento, el terreno está salpicado de numerosos lagos pero al llegar a Dakota del Norte impresionan las vastas extensiones de tierra cultivada que parecen no tener fin. Posteriormente, las curiosas formaciones conocidas como Bad Lands, el río Yellowstone y las cumbres nevadas de las Rocosas, nos anuncian que nos acercamos a nuestro destino.
Cuando finalmente avistamos el mar y el avión descendió hasta unos pocos cientos de metros por encima de las olas, confirmamos que habíamos llegado a Vancouver.
Para nosotros eran las 0,45 pero deberíamos atrasar nuestro relojes hasta las 15,45, horario de Vancouver. Hoy iba a ser un día largo.
Nosotros ya habíamos llegado pero debíamos esperar a que lo hicieran los otros dos componentes del grupo que venían de Madrid y sólo cabía confiar en que llegaran a la hora prevista, hora y media más tarde.
Mientras tanto, recogeriamos nuestro equipaje, cambiariamos algo de dinero y buscaríamos la zona de alquiler de coches para ir ganando tiempo.
Lo primero que hice una vez aterrizados, fue poner en mi teléfono la tarjeta SIM que habíamos comprado por internet para usar en Canadá pero desgraciadamente comprobamos que no funcionaba.
El segundo contratiempo tuvo lugar en la cinta de recogida de equipajes ya que éstos no aparecieron. Al presentar la reclamación pertinente en el mostrador, nos dijeron, como nos temíamos, que nuestro equipaje se encontraba en Montreal.
Nos pidieron nuestra dirección en Vancouver y nos dijeron que intentarían mandarlo esta misma noche o si no, mañana. Dejamos un teléfono de contacto y nos fuimos en busca de un sitio para cambiar un poco de dinero. El euro ronda los 1,50 dólares canadienses pero en el aeropuerto lo cambian a 1,34 por lo que sólo cambiaremos 50€ por persona para pasar la tarde de hoy y ya mañana buscaremos un sitio mejor en la ciudad para cambiar.
Nuestros amigos llegan a la hora prevista y tienen más suerte con sus equipajes ya que llegan en perfecto estado. Una vez juntos vamos en busca de nuestro vehículo.
Como ya he comentado anteriormente, hemos contratado un paquete que incluye vuelos, hoteles y un coche de alquiler pero como no viajamos todos juntos, nos obligan a alquilar dos coches.
Ya hemos decidido que iremos todos juntos en un sólo coche por lo que hemos cogido uno más grande que el que ofrecían para dos personas y el otro ni siquiera lo recogeremos aunque nos acercamos hasta el mostardor para comunicarlo.
En Alamo nos entregan las llaves de nuestro Ford Escape y contratamos el seguro a todo riesgo y un conductor adicional ( 299 CAD en total ).
El coche está práctcamente nuevo y creemos que el equipaje entrará bien en el maletero cuando recuperemos las dos mochilas que ahora nos faltan.
Curiosamente, una pareja que parece argentina se detiene ante nosotros al oirnos hablar en castellano y nos comentan que tengamos mucho cuidado con el equipaje y que no dejemos nada a la vista. A ellos les han reventado las lunas y les han robado todo en 5 minutos nada más llegar a la ciudad. Agradecemos su aviso y lo tendremos muy en cuenta.
Una vez revisado el coche para comprobar que todo estaba en orden y no tenía golpes ni rayones en la chapa, saco mi tableta donde tengo instalado un GPS con todos los hoteles marcados, para que nos lleve hasta el Patricia Hotel, donde dormiremos nuestras dos primeras noches.
El viaje nos sirve para tener un primer contacto con una ciudad que luce con imponentes rascacielos que brillan espectacularmente con la luz del sol.
Había leído que nuestro hotel se encontraba en una zona un tanto degradada pero de momento nos encontramos ante una ciudad limpia, tranquila y luminosa que no parece contar con demasiados suburbios pero no íbamos a tardar mucho en cambiar de opinión...
La calle Hastings, donde se encontraba nuestro hotel, se encargó de mostrarnos la cara más oculta de Vancouver.
A pesar de estar considerada como una de las cinco ciudades con mejor nivel de vida del mundo, Vancouver no está exenta de su particular suburbio de pobreza y marginalidad. Encontrarnos de pronto con cientos de personas tiradas en el suelo, tiendas de campaña en las aceras, rostros de miradas perdidas, prostitutas en busca del sustento diario, enfermos mentales, drogadictos y todo tipo de "seres extraños", supuso un brutal impacto que ninguno esperábamos experimentar en Vancouver.
He de admitir que no era algo nuevo para mí ya que he vivido esta situación en muchos lugares del mundo pero no es menos cierto que aquel ambiente me sorprendió e impresionó como nunca antes me había pasado. No resulta sencillo de explicar ya que, como he comentado, he vivido de cerca estos ambientes en otras muchas ciudades pero debo reconocer que pasar allí dos noches, me producía cierta inquietud. Posiblemente, aquella pobre gente no representara ninguna amenaza pero el ambiente en aquella calle era de lo más impactante que había visto nunca.
Junto al hotel, hay un pequeño aparcamiento al aire libre donde aparcamos el coche, no sin antes sacar todos lo que teníamos en su interior y dejar bien claro que no había nada dentro. Las advertencias de la pareja argentina tomaban aún más valor allí.
Una vez en el interior del hotel, hicimos el papeleo y preguntamos si podíamos dejar allí el coche. La respuesta fue que lo podíamos dejar pero pagando 10 dólares canadienses por noche. Además del pago por aparcar, también nos pidieron una tarjeta de crédito por habitación para retenernos una fianza de 100$ a cada uno.
A lo largo del viaje comprobamos que ésta es una práctica habitual en el país. Ojo con estos depósitos que a veces tardan semanas en desbloquear y que pueden suponer cantidades importantes a lo largo del viaje.
Un vetusto ascensor nos subió hasta nuestras aún más vetustas habitaciones. Enormes tuberías recorrían los techos de los pasillos que llevaban hasta las minúsculas habitaciones que contaban con un lavabo y un baño dotado de una puerta de acordeón que apenas encajaba en los marcos. Desde luego, no podíamos decir que el hotel tuviera mucho encanto.
Estábamos cansados ya que llevábamos más de un día despiertos pero nos apetecía comer algo antes de ir a dormir por lo que decidimos quedarnos en el bar del hotel para tomar una cerveza y picar algo.
Nuestra visita a este bar ubicado en la parte baja del hotel, supuso una agradable sorpresa ya que nos encontramos con una especie de pub muy acogedor y con música en directo que nos hizo olvidar las malas sensaciones vividas a nuestra llegada.
Tomamos dos hermosas cervezas cada uno y pedimos una ensalada para los 4, que acompañamos con 4 hamburguesas y patatas fritas en abundancia. Nuestra primera cena nos salió por 80$, unos 55€.
Es hora de retirarse a dormir.
Llevamos muchísimas horas despiertos.
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Capítulo siguiente: Avistamiento de orcas y Santuario Reifel.
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