A las 7 ya estábamos en pie. No se puede decir que estemos repuestos por completo pero hemos descansado bastante bien.
Bajamos a desayunar a las 7,30 a pesar de que habíamos quedado a las 8 pero como ya estamos despiertos, Fran y yo decidimos bajar a desayunar para acercarnos después a la cercana agencia donde recogeremos el coche de alquiler para los próximos 7 días.
El desayuno es abundante y variado por lo que nuestra primera comida del viaje se convierte en una grata experiencia. El hotel Alkimia es muy básico pero ha cumplido bien su cometido. Por unos 80€ hemos dormido y desayunado los cinco!!!
Con la tripa llena nos acercamos hasta la agencia Unidas, a unos 300 metros del hotel, para recoger el coche. Lo que suponíamos un trámite rápido y sencillo se prolongó durante más de una hora. Parecía claro que no estaban muy acostumbrados a alquilar coches a extranjeros. Tuvimos que entregar el carnet de conducir internacional y rellenar un extenso y lioso formulario antes de recibir el coche. La reserva estaba realizada hace meses pero parecía que nos habíamos presentado allí sin avisar. En fin....
Finalmente salimos de allí con nuestro flamante chevrolet para 7 personas ya que queríamos un coche amplio y cómodo donde preveíamos pasar muchas horas.
Fuimos hasta el hotel y cargamos nuestros equipajes para resolver nuestro siguiente cometido: cambiar dinero en efectivo.
Buscamos en internet un lugar con buenas referencias para hacer el cambio y acabamos en un centro llamado evolution business center. Allí un guarda jurado nos abrió una barrera que daba acceso a unos ascensores que nos condujeron a las oficinas de Deboni Câmbio.
Pensábamos cambiar dinero para todo el viaje pero el cambio ofrecido no nos pareció demasiado favorable así que cambiamos una pequeña cantidad e intentaremos arreglarnos con nuestras tarjetas.
Con dinero en el bolsillo, nuestra siguiente misión será reservar billetes de autobús para dentro de siete días con destino a Cuiabá.
La estación de autobuses de Campo Grande no estaba lejos. Numerosas compañías realizaban el viaje por lo que tuvimos que investigar un poco para comparar horarios, precios y duración del viaje.
Finalmente pagamos 55€ por billete y nos fuimos de allí en busca de un supermercado grande para comprar provisiones y cacharros para cocinar durante los dos próximos días en el camping ya que allí no daban comidas ni se podía comprar nada.
Buscamos en el mapa uno que nos pillara de camino y allí tuvimos nuestra primera toma de contacto real con el país. Junto a la carretera y con un amplio aparcamiento, se encontraba el Fort Atacadista, un enorme supermercado donde compramos cubiertos desechables, una sartén y una cazuela, además de comida y bebida. No compramos en exceso ya que la localidad de Aquidauana, se encontraba a unos 60 kms de nuestro camping y podíamos acercarnos a comprar algo si nos hacía falta. Error.
Con las compras y todos los deberes hechos, a excepción de la tarjeta SIM para los móviles ya que no fue posible, salimos en dirección a Aquidauana. El viaje comenzaba...
Durante los preparativos del viaje había leído que la zona de Aquidauana era la mejor zona de todo el Pantanal para avistar el oso hormiguero.
Posadas de precio medio-alto-muy alto como Aguapé, Pequi, Barranco Alto y Baia das Pedras eran buenos lugares para intentarlo pero investigando en " Maps " localicé un camping en esa zona que me llamó la atención.
No constaba en ningún buscador convencional pero encontré una página de Facebook y un teléfono con whatsapp. La comunicación con el camping Baia la realicé a través del wathsapp.
En un primer momento, Andrea la responsable del camping, se mostró sorprendida y me preguntó cómo habíamos encontrado el lugar pero más tarde la charla se hizo distendida y cordial.
En un principio me pedía un anticipo para realizar la reserva pero finalmente accedió a que pagáramos a nuestra llegada. Sólo me pidió que confirmara realmente nuestra asistencia. Teníamos reservado un chalet para tres y un lugar para poner la tienda para dos personas.
Unos 200 kms y más de 3 horas de viaje nos separaban del camping Baia. La carretera estaba en buen estado y bien asfaltada así que el viaje comenzó de manera confortable.
La mañana había sido ajetreada y a pesar del abundante desayuno, las tripas comenzaron a recordarnos que era hora de comer. Hicimos dos paradas con intención de comer algo y estirar las piernas pero sólo nos sirvieron para darnos cuenta que aquí se come antes. A las 2-3 de la tarde, las cocinas ya estaban cerradas.
Así pues, ya no pararemos hasta llegar a Aquidauana donde tomaremos la primera cerveza del viaje. En una pequeña tasca que disponía de unas mesas de plástico en el exterior, nos tomamos unas cervezas heladas acompañadas de unos salgados de jamón y queso. Una botella de 600 cl y una enorme tapa muy rica, nos costó alrededor de 3€.
Nos quedaban unos 60 kms hasta el campamento pero ya no serán de asfalto sino de tierra y repleta de baches. La comodidad se esfumaba de inmediato pero confiábamos en comenzar a ver la fauna típica del lugar.
Y como era de esperar, la primera parada no tardó en producirse. Un espectacular Guacamayo jacinto ( Anodorhynchus hyacintinus ) se dejó ver al lado de la carretera sobre un árbol seco. Empezó la sesión de fotografías y al parecer, la hembra no quiso perderse la ocasión. Seguramente se encontraba empollando los huevos en un agujero del tronco pero no dudó en sumarse a la fiesta. Un tucán toco ( Ramphastos toco ) se posó sobre nuestras cabezas y un poco más tarde un grupo de aricaris ( Pteroglossus castanotis ) se unió al reportaje gráfico. Algunos integrantes del grupo no eran fanáticos de las aves pero la envergadura y los increíbles colores de aquellos pájaros les conquistaron de inmediato.
Seguimos la ruta mientras loritos de brillantes colores atravesaban la pista de tierra a nuestro paso hasta que el primer atardecer en el Pantanal nos obligó a hacer otra parada para disfrutar del espectáculo como se merecía.
Comenzaba a anochecer y aún nos quedaba un buen trecho para llegar al campamento pero los animales aparecían por todos lados obligándonos a parar continuamente. Unos zorros cangrejeros ( Cerdocyon thous ) más conocidos como lobinhos do mato por aquellos lares, aparecieron a ambos lados de la carretera.
Finalmente tuvimos que tomar la decisión de no parar más a no ser que apareciese un animal importante porque a este paso no llegaríamos nunca a nuestro destino. Además era ya de noche y apenas se veía en una pista por la que no era sencillo conducir.
Nuestro GPS nos indicó entonces girar a la derecha para recorrer el último tramo que nos faltaba pero una valla de madera nos hizo dudar. Volvimos hacia atrás por si nos habíamos pasado algún cruce sin darnos cuenta pero en medio de aquella oscuridad no encontramos nada.
Volvimos hasta la valla de madera, donde una indicación anunciaba una hacienda privada a través de un estrecho camino.
El GPS insistía en mandarnos por allí así que abrimos la valla y pasamos. Un estrecho sendero de tierra y barro se abría paso entre una vegetación cerrada que amenazaba con dejarnos atrapados en cualquier momento. Aunque nadie decía nada, todos dudábamos de que aquel camino llevara a ninguna parte y mucho menos a un camping repleto de gente según nos había asegurado su propietaria.
Apenas quedaba un kilómetro para llegar y no se adivinaba ninguna luz ni signo de civilización alguno, cuando otra valla nos obligó a bajarnos de nuevo del coche para abrirla. Al encender nuestras frontales, millones de insectos voladores se abalanzaron sobre nosotros.
Parecía imposible que hubiéramos tomado el camino correcto pero unos minutos más tarde, vimos la entrada del campamento. Increíble!!!
Todos respiramos aliviados cuando descubrimos que habíamos llegado a nuestro destino. Ahora tocaba solucionar el tema del alojamiento ya que como ya he comentado, Sara y Álvaro no contaban con su tienda.
Cuando preguntamos si había algún " chalecito " libre, nos dijeron que estaba todo completo. La única opción era dormir los 5 en el mismo chalet. La habitación contaba con 4 camas y nos pondrían un colchón en la zona de la cocina. No había otra opción así que sacamos mesas y sillas al porche y acomodamos el colchón en la cocina.
Afortunadamente habíamos comprado un bote de insecticida con el que fumigamos la habitación y la cocina pero aún así Sara se las arregló para colocar su mosquitera sobre el colchón. Había millones de insectos.
Nuestra modesta mansión contaba con un porche donde sacamos la mesa y las sillas, a la entrada había una rústica cocina con nevera, congelador y cocina de gas y a continuación se encontraba una habitación con una litera y dos camas ( 4 camas en total ) y un pequeño baño con ducha.
Ubicados y más relajados, era el momento de hacer un reconocimiento del lugar y a pesar de que apenas había luz, fuimos conscientes de que estábamos en un lugar increíble.
El cercano río contaba con numerosas barcas para uso de la gente del campamento, principalmente para pescar. Un bosque cubría el campamento y en un gran lavadero los pescadores limpiaban sus capturas del día. Todo parecía indicar que el sitio era adecuado para nuestros fines que no eran otros que avistar el mayor número posible de animales.
Apenas hemos comido nada desde el desayuno y era hora de preparar nuestra primera cena, algo que puso en evidencia que se nos había olvidado comprar alguna cosilla. De momento, no teníamos ni fuego para encender la cocina 😂😂😂
Queríamos hacer unas tortillas pero tampoco teníamos utensilios metálicos ni un plato de cerámica para darle la vuelta así que tocaba pedir ayuda. Nuestros vecinos pescadores no sólo nos dieron fuego sino que nos invitaron a una rica sopa de pescado que no dudamos en aceptar.
No sé si fue el hambre que tenía pero la sopa me resultó sabrosa y las tortillas las recuerdo como de las mejores de mi vida. Sólo había una pega, habíamos traído muy pocas cervezas y hacía mucho calor.
No sólo eran escasas las cervezas sino que con el tremendo calor que hacía, tampoco llevábamos demasiado agua. Y la opción de ir hasta Aquidauana suponía perder más de 4 horas así que nos arreglaremos como podamos. Sólo son dos días.
En lo que a fauna respectaba, un atrevido coatí se acercó hasta nuestra casa y un zorro cangrejero, mucho más tímido, hizo también aparición en el bosque del campamento.
Los chavales, hijos de los pescadores, al ver nuestro interés por los animales venían a avisarnos cada vez que alguno se internaba en el campamento y nos explicaban todos los bichos que se podían ver por allí.
Curiosamente, un tour nocturno de una posada cercana, llevó hasta nuestro campamento a sus clientes para tratar de ver el ocelote. Seguramente habían pagado una buena pasta por la actividad y nosotros estábamos allí a unos 60 metros de forma totalmente gratuita.
Según nos comentaron, aquella noche debieron ver el ocelote pero nosotros estábamos agotados y estábamos en la cama a unos metros del avistamiento.
Parece ser que habitualmente se acerca al lavadero de los pescadores en busca de las tripas y deshechos de los pescados.
Interesante.
El cansancio hacía mella y todos estábamos deseando tumbarnos en nuestras camas y reponer energías para explorar el lugar mañana a plena luz del día. El campamento prometía...
El chalecito era muy básico pero el hecho de contar con baño privado y un aire acondicionado que funcionaba perfectamente, lo convertía en cierta manera, en un alojamiento excepcional teniendo en cuenta dónde estábamos.
Los pequeños detalles se convierten en lujos en algunos rincones como éste...
Ruta de la jornada
Video de la jornada:
Capítulo anterior: Llegada a Campo Grande
Capítulo siguiente: Descubriendo el camping Baia
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