Habíamos llegado ayer a Whistler y habíamos dejado ya muy atrás las Rocosas por lo que pensábamos que las probabilidades de ver osos, prácticamente se habían volatizado.
A pesar de todo, alguien comentó en el coche que había leído en alguna parte que los osos se dejaban ver en las pistas de esquí y que incluso bajaban al pueblo a pastar hierba pero teniendo en cuenta que llegábamos en fin de semana, cuando el pueblo se llena de gente, no teníamos demasiadas esperanzas.
Aún así, lo primero que hicimos ayer tras dejar el equipaje en el hotel, fue acercarnos hasta las pistas de esquí más cercanas. Cuando nada más aparcar el coche y salir al exterior apareció ante nuestros ojos un oso a unos 200 metros del parking, nuestras perspectivas cambiaron radicalmente.
Por supuesto, lo primero que hacemos hoy tras levantarnos antes de las 6, es acercarnos de nuevo hasta las pistas. A esas horas, con las primeras luces del día, estamos en absoluta soledad pero a pesar de ello los osos no aparecen. Además, el campo de visión que nos ofrece este lugar no es demasiado favorable así que optamos por volver al pueblo y recorrer los alrededores del campo de golf ya que es otro de los sitios que suelen frecuentar los osos.
El paseo mañanero resultó tan agradable como infructuoso pero nos sirvió para desperezarnos y disfrutar de los alrededores del campo de golf.
Volvemos al hotel para coger algo de comida y abandonar Whistler, rumbo al oeste, con la intención de llegar hasta la Callagham Road donde confíamos que la fortuna nos acompañe y podamos avistar algo de fauna.
Nos separan unos 20 kilómetros pero antes pararemos en una gasolinera para llenar los depósitos, tanto de nuestro coche como los nuestros propios.
Llevamos ya un par de horas despiertos y todavía no hemos desayunado así que la gasolinera nos servirá una vez más para comprar algún dulce y tomarnos unos generosos cafés bien calentitos.
No tardamos en llegar a la Callagham Road y lo primero que nos llama la atención, es que el pavimento está literalmente sembrado de caca de oso.
Efectivamente, al igual que en las zonas rurales cercanas a nuestra ciudad de origen, las carreteras están llenas de moñigas de vaca, aquí lo están de cacas de osos. No sé si veremos alguno o no pero parece que estamos en el lugar perfecto.
Justo cuando estábamos llegando al cruce de las Alexander Falls, apareció un gran oso negro pastando en el arcén con total tranquilidad. Frenazo en seco y sesión de fotos a placer, a unos tres-cuatro metros de nosotros.
Cuando comenzaron a llegar más coches, consideramos que había llegado el momento de marcharnos para acercarnos hasta las cercanas cataratas Alexander.
Tras las fotos de rigor, decidimos meternos con nuestro coche por las pistas de grava que salían perpendiculares a la carretera principal, la Callagham.
En una de estas apartadas y solitarias pistas íbamos a vivir otro momento apasionante.
Alexander Falls |
Alexander Falls |
Volvíamos hacia la carretera principal cuando de pronto alguien mandó parar el coche porque había una extraña ave al borde de la pista.
Efectivamente, una especie de gallina de colores oscuros se encontraba picoteando algo en el suelo de la pista. Nos acercamos poco a poco con el coche, con la intención de sacarle alguna foto con la que poder posteriormente identificarla pero ante nuestro asombro y en contra de lo que pensábamos iba a ser su reacción, en vez de salir volando cuando estábamos a su altura, se abalanzó contra nosotros con claras muestras de intentar echarnos de su territorio.
Lo que en principio era un ave de color parduzco comenzó a transformarse.
Bajamos del coche y disfrutamos, atónitos, de cómo aquella ave vulgar se convertía en un precioso pájaro con unas pestañas que cambiaban del color amarillo al anaranjado, unas espectaculares manchas amarillas aparecieron en su cuello y mantenía erguida una preciosa cola, pavoneándose ante nosotros con toda la chulería del mundo. Al mismo tiempo emitía un sordo sonido que sin ser potente, era perfectamente audible y espectacular.
Durante interminables minutos estuvimos disfrutando del espectáculo que nos brindó aquel atrevido pájaro que reultó ser un urogallo fuliginoso.
Impresionante!!!
Seguimos recorriendo pistas intransitadas pero no volvemos a ver nada reseñable por lo que decidimos parar para comer algo, inmersos en los infinitos bosques canadienses.
Ciertamente, el lugar no invita a alejarse demasiado del coche por si las moscas y el mero hecho de alejarse unos metros para satisfacer tus necesidades fisiólogicas, ya supone una aventura. Tenemos motivos más que sobrados para pensar que estos bosques cuentan con una población osera importante y ahora que hemos sacado nuestra comida, tendremos que estar más atentos que nunca.
Afortunadamente la comida transcurre en paz, tan sólo perturbada por los inequívocos cantos de los urugallos que se ocultan en el bosque. Salimos de nuevo a la carretera principal para tomar una nueva desviación que lleva hasta un vertedero donde nos topamos con un perro que nos mira fijamente desde el medio de la carretera.
Pero realmente no se trata de un perro, es un coyote que merodea por el vertedero en busca de comida fácil. Este será el primer y único coyote que veremos a lo largo de nuestro viaje.
La mañana ha resultado exitosa y muy entretenida pero apenas hemos bajado del coche desde hace horas así que decidimos visitar las cercanas Brandywine Falls donde nos daremos un pequeño paseo para estirar las piernas.
Brandywine Falls.
Se dice que el origen del curioso nombre de esta bonita cascada de 70 metros de altura se remonta a una apuesta realizada entre dos topógrafos (Jack Nelson y Bob Mollison) y en la que el que con más precisión calculara a la altura de la catarata sería el vencedor.
Una botella de brandy era el premio de una apuesta que ganó Mollison y se dice que Nelson bautizó a las cataratas con el nombre de Brandywine.
Una botella de brandy era el premio de una apuesta que ganó Mollison y se dice que Nelson bautizó a las cataratas con el nombre de Brandywine.
Una vez finalizada la visita a las cataratas, nos acercamos hasta el pueblo para tomar un café tranquilamente y hacer algunas compras. Justo a la entrada del pueblo vemos varios locales y tiendas donde paramos a tomar unos cafés. Un compañero que había salido a la terraza del local nos llama para que salgamos a ver algo. Me deja los prismáticos y descubro sorprendido, que tres osos pastan apaciblemente en las campas sobre las que pasan los remontes.
No lo podemos creer y tras consultar en los mapas nuestra situación y la de los osos, vemos que hay carretera hasta donde se encuentran por lo que no lo dudamos y volvemos al coche dispuestos a buscarlos.
No tardamos en llegar hasta el final de una carretera que da acceso a varias casas ubicadas en la parte alta de Whistler y allí nos encontramos con los propietarios de la última casa, quienes han salido para ver de cerca un oso que se encuentra a escasos metros de allí.
No sabemos si es uno de los que veíamos desde abajo pero no tardamos en confirmarlo cuando vemos otro un poco más arriba y otro a nuestras espaldas, a pocos metros de distancia.
Un fantástico avistamiento.
Tras hacer alguna compra para cenar, decidimos acercarnos de nuevo hasta la Callagham Road para hacer un nuevo recorrido al atardecer.
Lo primero que vemos es un urogallo como el de esta mañana pero parece que este ejemplar es una hembra. Mientras estamos fotografiándolo, un coche se para unos metros detrás de donde estamos. Otro oso negro se pasea frente a nosotros sin ningún temor.
Al llegar a las cataratas Alexander damos la vuelta para emprender el camino de vuelta pero antes de salir de la Callagham, aún tenemos oportunidad de ver otro oso alimentándose de unas bayas rojas, justo al lado de la carretera.
Ya con las últimas luces del día, vemos unos tímidos ciervos cruzando la carretera.
Llegamos al hotel ya de noche pero fascinados por la magnífica jornada bichera que hemos vivido.
Pensábamos que no íbamos a ver más osos y sólo hoy, hemos visto 6 ejemplares además de un coyote, unos ciervos y la grandiosa actuación de un precioso urogallo macho.
Una agradable cena preparada en la cocina de nuestro apartamento puso el broche de oro final a una jornada a la que no queríamos poner fin recordando los maravillosos momentos vividos....
Ruta de la jornada:
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Capítulo siguiente: De Whistler a Vancouver.
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