05 enero 2020

Despedida de South Luangwa y traslado a Lusaka.


Por última vez amanecemos entre los gritos de los babuinos y los inconfundibles sonidos de los hipopótamos. Hemos pasado seis días completos explorando el Parque Nacional de South Luangwa pero desgraciadamente nuestras aventuras a lo largo de las polvorientas pistas que surcan este territorio, han llegado a su fin. Nunca olvidaremos los grandiosos momentos vividos a lo largo de esta semana, sobre todo con los leones y los leopardos pero también con otras muchas especies y con sus bellos paisajes rebosantes de vegetación. Los soberbios baobabs, los bosques de miombo, los mopanes y el omnipresente río Luangwa, siempre estuvieron presentes en nuestras incursiones añadiendo su inconfundible sabor africano.
Nuestra estancia en el Marula Lodge también ha resultado bastante satisfactoria, contribuyendo de manera importante al éxito de nuestro paso por South Luangwa.
Nos hemos alojado en una amplia habitación compartida para nueve personas y los baños se encontraban en los jardines del lodge. Es cierto que los primeros días impresionaba bastante salir al exterior mientras escuchabas a los hipopótamos, a los babuinos, a las hienas e incluso a los leones pero con el paso del tiempo nos fuimos acostumbrando a la situación. 






 





















Lo cierto es que pagar 70$ diarios por dormir en una cama ( dormitorio compartido para 9 personas ), desayunos, comidas y cenas además de dos safaris al día de 4 horas cada uno, es algo difícil de encontrar en Africa
Además, aunque la comida es bastante aceptable, puedes complementarla con tu propia comida e incluso con tu propia bebida sin ningún coste adicional, si lo deseas. Las neveras de la cocina estarán a tu disposición si quieres guardar allí comida, cervezas, vino o cualquier otro alimento. 
En nuestro caso fue un auténtico placer acompañar nuestras comidas con una botella de nuestro vino favorito que habíamos llevado en la mochila. Un lujo brindar con nuestras copas por las grandes jornadas vividas.
Para todos aquellos que quieran tener su primera experiencia con la fauna africana sin gastarse una fortuna, es una opción muy a tener en cuenta. 

Es posible que South Luangwa no cuente con las grandes manadas de hervíboros que se pueden ver en otros parques más conocidos como Masai Mara, Serengeti o algún otro pero otros factores como su alta población de leopardos y su belleza paisajística, lo convierten en un parque sumamente interesante donde podrás avistar casi todos los mamíferos africanos así como numerosas especies de aves.

Habíamos quedado con Denver, nuestro conductor, a las 6 de la mañana pero aún tendríamos tiempo durante el desayuno, de despedirnos de los amigos que habíamos conocido durante los safaris. Tanto Donald, nuestro conductor-guía durante toda la semana, como las polacas con las que compartimos los últimos safaris, se pasaron por nuestra mesa para despedirse efusivamente.
Tras el desayuno, nuestros destinos se separarían ya que mientras todos montaban en sus vehículos para comenzar un nuevo safari, nosotros cargábamos nuestro equipaje en la furgoneta para abandonar aquel paraíso y dirigirnos a Lusaka, la capital zambiana.
Realmente nos hubiese gustado ir directamente a Lower Zambeze, nuestro próximo destino, pero Denver nos aseguró que no era posible hacerlo en un día y que era mejor hacer una noche en Lusaka.
Así lo haríamos.


Eran poco más de las 6 cuando salimos rumbo a Lusaka. Queríamos hacer un par de paradas obligadas por el camino, una para sacar dinero en Chipata y otra en alguna escuela para entregar el material escolar que habíamos traído desde casa. Pensábamos entregarlo cerca del lodge pero Denver, con buen criterio, nos dijo que mejor hacerlo en algún sitio al que no llegaran los turistas ya que en las cercanías del parque no tenían tantas carencias gracias al turismo.
Todos estuvimos de acuerdo y dejamos en manos de Denver el tema de la escuela.
El tramo de carretera que va desde el parque a Chipata es el peor de todo el trayecto así que los botes y frenazos se suceden sin parar tratando de esquivar los enormes baches que hay en la carretera.
Antes de llegar a Chipata, Denver se desvió a la derecha para llevarnos hasta una escuela en mitad de la nada. Le pedimos que hablara con el responsable del lugar para preguntarle dónde podíamos dejar todo el material que traíamos.




Al de unos minutos, un maestro se acercó al coche para recoger todo y llevarlo hasta la escuela y como suele suceder en estas ocasiones, no tardamos en vernos rodeados por las alegres caras de los niños que no querían perder la ocasión de acercarse a los inesperados visitantes de piel blanca.
Tras recibir el cálido agradecimiento por parte del maestro por el inesperado regalo, abandonamos el lugar para dirigirnos a Chipata.

Antes de llegar a Chipata, un control policial nos sorprendió al ordenarnos detenernos para registrar detenidamente todo el interior del vehículo.
Sorprendidos por el incidente, Denver nos aseguró que este tipo de controles son bastante frecuentes en esta zona y tienen como objetivo impedir que se comercie ilegalmente con la carne de animales salvajes. Parece ser que la carne resulta muy cara para la mayoría de la población y los cazadores furtivos comercian con la carne de la fauna salvaje. Denver nos comenta que generalmente se trata de carne de impala.
Un poco más adelante, en un cruce de carreteras donde se une la vía principal que se dirige al norte de Africa, me llama poderosamente la atención un montón de camiones parados, totalmente cargados de algo que no llego a distinguir. Denver me sorprende nuevamente al asegurarme de que se trata de cargamentos de tabaco, un cultivo del que Zambia es uno de los principales productores. Nunca lo hubiera pensado...

Nuestra ruta continuó sin más incidentes que los inevitables volantazos para salvar los baches y los frenazos para salvar las vacas que invadían el asfalto cada cierto tiempo.



Tras dos horas de viaje llegamos a Chipata, ciudad de unos 100.000 habitantes ubicada a unos 30 kms de la frontera con Malawi. Allí disponemos de cajeros y de bancos así que mientras unos deciden sacar algo de dinero del cajero otros vamos al banco con la intención de cambiar unos euros a la moneda local.
Cuando llevábamos casi una hora sentados esperando a que nos tocara el turno para cambiar y viendo el inevitable ritmo africano, decidimos desistir del intento.
Teníamos un largo viaje por delante y aquello amenazaba con prolongarse infinitamente.
Volvimos al coche y tras hacer unas compras rápidas para comer algo por el camino, arrancamos. 


A decir verdad, el viaje no es demasiado atractivo ya que el paisaje es bastante monótono y tampoco atravesamos muchos nucleos poblacionales. Algún poblado puntual constituido por un puñado de chozas y muy pocas ciudades tal como se entienden en nuestro mundo occidental.
Lo más llamativo es ver la gente circulando por la carretera transportando todo tipo de mercancías y pequeños puestos a los márgenes del asfalto, vendiendo los productos que se producen en esa zona.
Vemos bastantes puestos donde se venden patatas, cebollas, plátanos y otras frutas.
Llevábamos un buen ritmo de viaje ya que la carretera no era mala y tampoco encontramos demasiado tráfico pero está claro que en Zambia debes extremar las precauciones porque por segunda vez en nuestro viaje, un radar de velocidad caza a nuestro conductor.
Ya en el viaje de ida nos cazaron y ahora, de nuevo, nos vuelven a parar. Denver conducía a 100kms/h y el límite estaba en 80. Esta vez, le cuesta 10$ solucionar el problema.








Superado el incidente, continuamos la ruta mientras tratábamos de sacar alguna foto desde el coche, algo que resultaba bastante difícil porque Denver conducía de un lado a otro de la carretera tratando de eludir los baches que se presentaban regularmente. 
Desgraciadamente, no tuvo tiempo de esquivar un bache de tamaño considerable y a partir de ese momento, un ruido proveniente de la rueda delantera izquierda delataba que algo no iba bien. Tras parar un par de veces para intentar adivinar de dónde procedía el ruido, sin demasiado éxito, Denver no podía disimular su preocupación.
Cuando se salió de la carretera para parar en lo que parecía un desguace, todos nos miramos sorprendidos. 

Pero no se trataba de un desguace sino de un taller de carretera.
Denver les comentó el problema y en un visto y no visto, desmontaron la rueda y localizaron el problema. Un tornillo que sujetaba la pieza donde van encajadas las pastillas de freno se había roto y el mecanismo iba literalmente colgando.
Ante nuestro asombro, en 20 minutos el problema estaba solucionado. ¿ Quién dijo que en Africa se vivía a otro ritmo ?



Taller en carretera

A partir de aquí haríamos una última parada, en el mismo mercado que paramos a la ida. Algún integrante del grupo quería hacer alguna compra de artesanía local y aquí había muchas cosas a precios irrisorios. Varios artículos de mimbre y madera pasaron a engrosar el equipaje.
Ya no pararemos más hasta llegar a Lusaka.







 Una vez en la capital, Denver nos acercó hasta un hostel para tratar de reservar una o dos habitaciones pero sólo disponían de un pequeño dormitorio que debíamos compartir con otras cuatro personas. Preferimos buscar otras alternativas...
Finalmente acabaríamos alojados en el mismo hostel que el primer día, el Lusaka backpacker, donde tuvimos ocasión de encontrarnos con viejos conocidos. 

Por un lado, allí estaban nuestros dos compañeros con los que compartimos viaje y safaris en South Luangwa y por otro, también nos encontramos con Caroline, la joven inglesa amante de los elefantes con la que a su vez compartimos otro día de safari en Luangwa.
Los inevitables relatos acerca de las aventuras vividas se sucedieron sin parar mientras dábamos buena cuenta de un buen número de cervezas tratando de combatir el calor africano.
Tras la oportuna cena para celebrar nuestro reencuentro, nos volvemos a despedir de ellos ya que una vez más nuestros destinos se separan.
Mañana toca madrugar de nuevo para trasladarnos al Lower Zambeze.


Ruta de la jornada

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